6.02.2012

Cada vez (XIII)

Ordenando un viejo baúl lo he encontrado, pequeño, dorado, y he salido corriendo. Han pasado ya tres años, pero he vuelto a nuestro monte perdido. Hace mucho viento, se avecina tormenta, pero me siento en el borde del acantilado, con los pies colgando sobre el vacío, y me saco el anillo del bolsillo del pantalón.

No podría haber habido una tarde más perfecta para pedírselo; hacía calor, pero se había desatado una fuerte tormenta, con lo que el ambiente estaba fresco y electrizado; el destino estaba de mi parte. Ella había quedado con sus amigas para ir al cine, con lo que tuve la tarde libre para prepararlo todo; la casa quedó impoluta, preparé su cena favorita y me puse el conjunto que a ella más le gustaba (camisa de cuadros roja, vaqueros oscuros y Converse de cuero). Cuando llegó se quedó alucinada; <<¿A qué viene tanta perfección?>>, preguntó mientras la besaba como si no hubiera mañana; <<Sólo he preparado la cena, quería darte una noche especial>>. Se rió, me pidió quince minutos para cambiarse y nos sentamos a cenar.

Pasada la medianoche, cuando los platos estuvieron vacíos, la tomé de la mano, me arrodillé y saqué el anillo; era una preciosa alianza de oro blanco con diminutos zafiros salpicados alrededor. <<¿Quieres casarte conmigo?>>. Se quedó boquiabierta. No sabía que se podía llorar de felicidad, claro que por éso pensé que lloraba; hasta que se marchó, y verdaderamente me di cuenta. Nunca quiso casarse conmigo, y yo debí haberlo sabido. Ella era un espíritu libre, y semejante compromiso la aterrorizaba.

No entendí sus palabras hasta que volvió a mí, ya enferma; <<Te quiero, no lo olvides nunca>> había dicho la noche antes de marcharse. Siempre me dio la sensación de que había dejado la frase en el aire, inacabada. <<Te quiero, no lo olvides nunca... Pero no me puedes cortar las alas>>.

Jugueteo con el anillo, mientras una lágrima me resbala por la barbilla; sin que me haya dado cuenta, una fina pero intensa lluvia ha empezado a caer, calándolo todo. Pienso en todo lo que ya no tengo: los viajes en parapente, las guerras de pintura, los debates interminables sobre música, literatura, arte; sus ojos, su sonrisa, sus manos, su ser... Tres años y aún sigo soñando con ella todas las noches. En un impulso me pongo en pie y lanzo el anillo al vacío, lo más fuerte que puedo; lo veo caer, diminuto, junto con mis sueños rotos.

No hay nada que no daría por volver a verla, y nuestro monte perdido lo sabe. La ropa me pesa por la lluvia, las rocas están caladas. Doy un paso atrás, para volver, pero mi pie patina, la piedra cede, y todo se vuelve negro de golpe.

Abro los ojos cuando llego abajo, y la veo a ella; está allí conmigo, al final del precipicio, tendiéndome la mano.
Ha venido a buscarme.


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