6.18.2012

Trotamundos (II)

En dos semanas oí historias de amores imposibles, lobos solitarios, traumas infantiles, entusiastas de la vida... Todas con su particular drama y final feliz, o no, según el caso. Acabé estableciendo una teoría: "Los que han conocido el sufrimiento de verdad, prestan ayuda a quien sea". Puede que aún pueda recuperar la fe en el mundo, después de todo.

Sea como sea, he llegado hasta mi destino. No sé cuando establecí el criterio de que era aquí donde quería quedarme, pero después de que mis entrañas se negaran a hacer un solo viaje más, más o menos decidí que ya era suficiente. Nadie me encontrará en este pueblecito del norte de Europa, y no habrá forma de sacar mi pasado a relucir.

No hablo ni pizca del idioma nacional, pero con suerte todos hablan muy buen inglés, así que he conseguido un trabajo en un bar, y a cambio de un salario mínimo, el dueño me ha alquilado una habitación en el albergue que regenta, justo encima del bar. Él me paga el sueldo mínimo y a cambio, yo sólo pago la mitad del piso. Es un buen negocio.

Llevo una semana aquí, y la gente ya me conoce como "el Trotamundos". Parece que le he caído bien a todo el pueblo, pero sé que todos se preguntan de qué pasado he huido. Se acerca el verano (que no tiene nada que ver con el de Barcelona), así que la gente viene más al bar. Un día, la señora Mason me aborda; me comenta que su sobrino vendrá a visitarla y que está segura de que nos llevaremos muy bien. Yo sonrío y asiento educadamente y vuelvo con lo mío. No es por ser borde, pero no quiero relacionarme con nadie en un tiempo.

Tengo que descargar unas cajas del camión de repartos (que para mi desgracia, tiene que parar a una calle del bar) y meterlas en el almacén, así que para terminar lo antes posible con la tarea me cargo tres cajas (que me cubren casi toda la cara) y marcho camino del restaurante. Entonces una voz me detiene.
-Eh... Do you want some help?
Me giro en redondo y hago equilibrios con las cajas hasta que puedo ver quién me ofrece ayuda. En cuanto lo localizo, las fuerzas me abandonan y todas las cajas se caen al suelo, rompiéndose con un gran estruendo.

Es él.

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