5.21.2015

Tic, tac

Tic, tac.

Las manecillas del reloj resuenan en tu cabeza como si de la cuenta atrás de una bomba se tratase. Y es que así podría ser, perfectamente. Puedes sentir a la Sombra acechándote desde hace semanas, y te obligas a mirar al frente, sencillamente porque no te hace falta darte la vuelta para sentir su gélido aliento sobre tu nuca. Se va acercando, como el estallido de una bomba, el final de una sinfonía, el día del Juicio. Un juicio en el que no hay culpa ni culpables pero sí castigo. Y como granos de arena cayendo por el reloj, sabes que el tiempo se acaba.

Tic, tac.

Puedes sentir a la Sombra haciéndote cosquillas, penetrando en tu alma para acabar con ella; y está jugando sucio. Sabe que tus fuerzas flaquean, que el tren está a punto de pararse en seco, y ha decidido enviar un comisario para destruirte. La ira recorre tu sangre al igual que mercurio caliente, empapándolo todo, expandiéndose, buscando un recoveco por el que salir y arrasarlo todo. Y los emisarios del demonio siguen apretando botones peligrosos, empujándote contra las cuerdas, provocándote con sus sonrisas de payaso para que dejes que la Sombra se haga cargo de tu sistema y pueda liberar a la bestia, dejar que la bomba estalle para destrozarlo todo con su metralla.

Tic, tac.

Intentas mantenerte distraída como sea, canalizar la adrenalina de forma segura, pero puedes sentir cómo el veneno asciende por tus venas, emponzoñando tus sentidos, doblegando tu voluntad sin tener la compasión de nublar tu raciocinio. Los susurros de la Sombra se vuelven más y más tentadores, su voz una promesa de terciopelo rojo. <<Te has estado resguardando en tu maltrecha coraza demasiado tiempo>>, te recuerda, <<y sabes que quieres volver a mis brazos>>. Igual que Atlas, sostienes el mundo, tu pequeño pero pesado mundo, sobre tus desgastados hombros. Te mantienes estoica, impertérrita, de piedra por fuera mientras se cuece la hecatombe por dentro. Resistes los golpes.

Pero se te acaba el tiempo.

Tic, tac.

5.18.2015

Versos agridulces

Con cada día que pasa
Pienso que me iré olvidando
Pero cada vez que pasas
No recuerdo lo que estoy pensando.

Y si se me concede un milagro
Vienes a mi lado y me sonríes,
Y da igual que no sea rato largo,
Que hasta mis huesos son felices.

Y me río mientras lloro porque
Todos los versos que suspiran mis labios
Deberían estar volando por tu piel
Y no encerrados en mi diario.

Queda poco ya de esta felicidad agridulce,
Y no sé qué es lo que más me amarga,
Si el pensar que nunca serás mía
O que podrías serlo

Y no hice nada.