No dejas de pensar aquello de que el tiempo es relativo; un momento piensas "qué día tan espantosamente largo" y al siguiente miras el reloj, sonriente, mientras sales por la puerta. Qué semana tan larga, qué cantidad de trabajo, cuántas frustraciones por acusar, cuántas emociones por reprimir. Y tal cual lo piensas, es viernes por la tarde y estás tirada en el sofá viendo unos dibujos animados que te sabes de memoria. Estás empezando a pensar en ti misma como una memoria RAM - procesas y sintetizas muchísima información en poco tiempo y, en cuanto el lapso en cuestión llega a su fin, todo se borra. No recuerdas qué demonios desayunaste esta mañana, ni qué preguntas entraban en el examen de hace media hora, y no te importa. Lo curioso es que tampoco te acuerdas de cosas que dijiste hace tres días, o dos semanas, o un mes. Son cosas sin importancia o recuerdos que no quieres desenterrar.
Sin embargo, recuerdas perfectamente cómo te sentiste el otro día cuando viste esa sonrisa en Su cara, recuerdas cada segundo de la noche que te escuchaste el recién estrenado disco de tu ídolo, recuerdas las veces que te has ruborizado o reído a carcajadas. Eres consciente de que probablemente hayas comentado la misma canción y contado la misma anécdota ciento trece veces en lo que va de día, pero te da igual, y vuelves a contarla otra vez. Sabes que tus amigos han dejado de escucharte, o que te intentan asesinar con la mirada a la vez que te dicen "¡Eres una pesada!", o que se te pone carita de bizcocho (como decía una buena amiga del campamento) cuando hablas de esto o aquello.
Recapitulemos, pues. ¿Qué demonios ha pasado este tiempo que has estado yendo por el carril de la izquierda? No sabrías muy bien qué contestar. De alguna manera (milagrosamente) has bloqueado casi todos los malos recuerdos y las experiencias amargas y te has quedado con esas sonrisas que te acunaban en sueños y esas nuevas canciones y momentos que no se te van de la cabeza.
Como siempre, extremista y llevando la contraria: tanto y tan calvo, vaya.
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