Mi vida siempre ha sido como una montaña rusa, con más tendencia a los túneles que a las alturas, para ser sinceros. Recuerdo un día, hace un par de años, en una de las veces en que mi ancla había tocado todo el fondo que conocía por entonces, en que mi profesora de piano me dio un poema. Lo había plastificado para mí, y tenía un dibujillo abstracto encima del título; se trataba de "No te detengas", de Walt Whitman.
Dicho poema vino a parar a mis manos justo en el momento oportuno; una dosis de optimismo en verso a tiempo de volver a casa mirando por dónde iba, al contrario que en el viaje de ida, en el que un coche despistado hubiera recibido mi más cándida gratitud. A decir verdad es una pequeña estupidez. Poco después descubrí que el poema era bastante más largo del que tenía yo, que sólo se trataba de un fragmento, y que, de hecho, no pertenecía a Walt Whitman; el poema se le atribuye a él pero se ha comprobado que no salió de su pluma y tintero. Eso es lo de menos, naturalmente, porque, aquel día, el susodicho poema penetró en mi corazón como un soplo de aire fresco. Y volví a casa, en efecto, levantando la cabeza en los pasos de cebra, sin lágrimas en los ojos, para poner mi pequeño regalo plastificado encima del piano.
A día de hoy, un par de años después, el poema sigue ahí colocado, mártir de mis insuficientes y a la vez interminables horas de práctica. Sin embargo, de repente ya no es suficiente, y el poema por el que una vez caí rendida ya no hace que me preocupe por los coches de los pasos de cebra.
Bienvenido al mundo de mis sueños y pesadillas; lo que ves, es lo que hay, y si no te gusta, no mires. Puede que no sepa volar, pero sé escribir, y eso, algún día, me hará libre.
11.18.2014
11.17.2014
Paranoia
Palabras que no puedes decir, eufemismos para nombrar los tabúes, escondites para lo invisible, mentiras para las verdades. ¿Qué es real? Ya ni siquiera lo sabes. Tanto fingir, tanto ocultar, tantas vueltas sin sentido, te han hecho perder la cabeza. ¿Es posible que sea verdad la mentira? ¿Qué hay de mentira en las verdades? Todo dentro de ti gira como un torbellino en pleno huracán, nada tiene sentido y la confusión es cada vez mayor. ¿Qué demonios está pasando?
Ah, sí, tus demonios, oportuna referencia. Siguen creciendo con cada noche en vela, alimentándose de ti a través de las pesadillas, que ya no acaban cuando te despiertas. Todos se alejan, y los que no lo hacen son expulsados, porque todo es demasiado confuso; no lo entienden. No lo entienden y te tratan como si estuvieras loca, pero no es así. No estás loca. Es solo que el huracán no te deja pensar con claridad. Nada tiene sentido. Empiezas a perder la cuenta de las veces que lloras sangre, cada desgarro de tu alma deja de ser suficiente, la música se va construyendo sobre armonías cargadas como un cable de alta tensión, rebosando de voltaje con el que crisparte los nervios. La marea te bambolea sobre la orilla, una y otra vez, hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, sin cesar, sin permitirte coger el aire necesario pero sin ahogarte lo suficiente como para matarte. La supernova se extiende desde tu interior, en un intensísimo dolor sordo; no sientes nada pero todo duele como mil dagas sobre tu piel. Ves como se apaga la luz en la oscuridad. Tu expresión ha tomado esa pincelada de locura, en la que sonríes con la mirada perdida en el infinito. Todas las mentiras se erigen sobre ti como falsas verdades, o quizá como auténticos fraudes. La realidad y la quimera se vuelven una sola dentro de ti, el ojo del huracán.
No hay forma de escapar. En el centro, toda la energía gira a tu alrededor hinchándote como si fueras un receptor de electricidad estática, acumulando sombras sin poder hacer nada. Porque un solo paso en falso, y los vientos asesinos te reclamarán como suyos, devorándote hasta que no quede nada. No hay salidas. Estás sola en medio de la tempestad. Sola con tu paranoia.
Ah, sí, tus demonios, oportuna referencia. Siguen creciendo con cada noche en vela, alimentándose de ti a través de las pesadillas, que ya no acaban cuando te despiertas. Todos se alejan, y los que no lo hacen son expulsados, porque todo es demasiado confuso; no lo entienden. No lo entienden y te tratan como si estuvieras loca, pero no es así. No estás loca. Es solo que el huracán no te deja pensar con claridad. Nada tiene sentido. Empiezas a perder la cuenta de las veces que lloras sangre, cada desgarro de tu alma deja de ser suficiente, la música se va construyendo sobre armonías cargadas como un cable de alta tensión, rebosando de voltaje con el que crisparte los nervios. La marea te bambolea sobre la orilla, una y otra vez, hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, sin cesar, sin permitirte coger el aire necesario pero sin ahogarte lo suficiente como para matarte. La supernova se extiende desde tu interior, en un intensísimo dolor sordo; no sientes nada pero todo duele como mil dagas sobre tu piel. Ves como se apaga la luz en la oscuridad. Tu expresión ha tomado esa pincelada de locura, en la que sonríes con la mirada perdida en el infinito. Todas las mentiras se erigen sobre ti como falsas verdades, o quizá como auténticos fraudes. La realidad y la quimera se vuelven una sola dentro de ti, el ojo del huracán.
No hay forma de escapar. En el centro, toda la energía gira a tu alrededor hinchándote como si fueras un receptor de electricidad estática, acumulando sombras sin poder hacer nada. Porque un solo paso en falso, y los vientos asesinos te reclamarán como suyos, devorándote hasta que no quede nada. No hay salidas. Estás sola en medio de la tempestad. Sola con tu paranoia.
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