Mi vida siempre ha sido como una montaña rusa, con más tendencia a los túneles que a las alturas, para ser sinceros. Recuerdo un día, hace un par de años, en una de las veces en que mi ancla había tocado todo el fondo que conocía por entonces, en que mi profesora de piano me dio un poema. Lo había plastificado para mí, y tenía un dibujillo abstracto encima del título; se trataba de "No te detengas", de Walt Whitman.
Dicho poema vino a parar a mis manos justo en el momento oportuno; una dosis de optimismo en verso a tiempo de volver a casa mirando por dónde iba, al contrario que en el viaje de ida, en el que un coche despistado hubiera recibido mi más cándida gratitud. A decir verdad es una pequeña estupidez. Poco después descubrí que el poema era bastante más largo del que tenía yo, que sólo se trataba de un fragmento, y que, de hecho, no pertenecía a Walt Whitman; el poema se le atribuye a él pero se ha comprobado que no salió de su pluma y tintero. Eso es lo de menos, naturalmente, porque, aquel día, el susodicho poema penetró en mi corazón como un soplo de aire fresco. Y volví a casa, en efecto, levantando la cabeza en los pasos de cebra, sin lágrimas en los ojos, para poner mi pequeño regalo plastificado encima del piano.
A día de hoy, un par de años después, el poema sigue ahí colocado, mártir de mis insuficientes y a la vez interminables horas de práctica. Sin embargo, de repente ya no es suficiente, y el poema por el que una vez caí rendida ya no hace que me preocupe por los coches de los pasos de cebra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dedicar tu tiempo en dejarme un mensaje, querido transeúnte.
Atte:
-C.