No estás totalmente segura de cómo has acabado aquí; tú estabas siguiendo tu camino, el de siempre, el que iba en linea recta, y de repente, sin comerlo ni beberlo, estás aquí, en medio de un laberinto. No sabes qué has hecho para adentrarte tanto en él, pero por mucho que lo intentas, no puedes salir. Estás asustada, todo está lleno de miles y miles de desvíos diferentes y de momento ninguno te ha llevado a la salida; lo peor de todo es que no es un laberinto normal, porque en cada esquina hay una puerta con un acertijo, una pregunta que debes responder correctamente para poder seguir, sólo para descubrir más tarde que la siguiente puerta anula la anterior.
Ya podría ser un laberinto bonito, piensas, de esos que están esculpidos a partir de arbustos de brillantes hojas verdes, con alguna florecilla y un camino de tierra normal; pero no, es un laberinto horrible; las paredes son de ladrillo gris, imponentes y amenazantes, alzándose sobre ti como grandes gigantes riéndose en tu cara. El suelo es de piedra también, del mismo color que la pared. Si miras al cielo, igual. Todo es gris. No un gris brillante y claro, como en esos días nublados que tienen mucha luz, sino un gris oscuro, triste, peligroso. Te da miedo.
Las puertas se suceden una detrás de la otra, apareciendo a cada esquina y obligándote a tomar una decisión; cuando contestas, la puerta se abre y te deja continuar (o retroceder, ¿quién sabe? Al fin y al cabo, es un laberinto), por lo que te confías y crees que has acertado; sin embargo, en cuanto llegas a la siguiente esquina y aparece la siguiente puerta, con su correspondiente acertijo, la pregunta desbanca por completo a la anterior. Y como te ves obligada a contestar para poder atravesar la puerta, empiezas a dudar si estás avanzando o retrocediendo. ¿Vas hacia los lados? ¿Cuándo podrás salir de aquí? ¿Qué pregunta es la que te abrirá la última puerta, la que te dejará volver a salir al exterior? Tienes miedo. Todo a tu alrededor es incierto, engañoso, peligroso.
Como no sabes a dónde vas mientras estás dentro del laberinto, tampoco sabes si las decisiones que estás tomando son las correctas o no, pero cada pregunta te hace sentir más débil, cada decisión te arranca un pedazo de ti para hacerlo añicos ante tus ojos. Lo has probado todo, o al menos eso crees. Y sigues atrapada. ¿Cuándo se acabará esto?, te preguntas. Mires donde mires te sientes sola, asustada, en peligro. Llegas a una nueva puerta, y el acertijo aparece: <<¿Qué quieres?>>, reza la pregunta. <<Quiero salir de aquí>>, contestas con decisión.
Pero esta vez la puerta no se abre.
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