5.14.2013

Vida al acecho

En una tarde lluviosa, el miedo vuelve a instalarse dentro de ti. Los relámpagos sacan a la luz el miedo de tu alma, los truenos hacen eco de los quejidos de tu corazón, la lluvia cae sobre ti como un manto de lágrimas en vez de uno de salvación; después de haber sobrevivido a las tierras yermas bañadas por el sol, cuando viene la tormenta, tu ánimo no está ahí para acompañarla.

Resulta curioso, por llamarlo de alguna manera, cómo la vida hace de ti su marioneta; un día te regala una sonrisa, al siguiente, una patada en el estómago. O quizá seas tú misma, que no eres capaz de distinguir tu propio reflejo en la ventana, el verdugo de tus propios sentimientos; ¿es eso suicidio? Quién sabe. En cualquier caso, con la lluvia, llega el miedo; el del pasado, el del presente, el del futuro. Te atacan el pánico a que las cicatrices no hayan sido borradas, y estén de alguna forma cubiertas por maquillaje que la lluvia no tardará en limpiar; una sensación de inferioridad por la presión que te oprime desde fuera y a la vez trata de expandirse desde dentro; la desolación ante la posibilidad de perder lo que más quieres y todo aquello por lo que has luchado, a lo que te has agarrado para seguir a flote.

Por razones masoquistas, o simplemente por querer disfrutar de su belleza, te sientas frente a la ventana a contemplar este fantástico fenómeno natural que parece ser el reflejo de ti misma; el frío de la calle se cuela a través del cristal y te enfría, primero los pies, luego el brazo que tienes apoyado contra el vidrio y, por último, el alma. Y con el frío llegan las leyes de la física y actúan sobre ti hasta que te vas encogiendo, haciéndote pequeña, muy pequeña. Los desafíos parecen más imponentes que nunca, y los obstáculos, insalvables. Intentas ahogar los pensamientos con música, pero no hay forma de hacer callar a la Madre Naturaleza, y el eco de tus quejidos vuelve a retumbar.

Llegados a este punto, ¿qué te queda? Sombras del pasado, sumisión al presente y promesas en la cuerda floja para el futuro. Quizá sea la intensidad de la tormenta, la fuerza de un fenómeno que, al igual que el destino, no puedes detener; ella siempre tendrá la voz cantante, decidirá cuándo aparecer y cuándo dejarte al antojo de la bola ardiente, cuándo hacer que el viento te despeine, que la lluvia te envenene.

O quizá no sea la tormenta, al fin y al cabo, sino la vida, que anda al acecho.


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