Querido lector:
Me dirijo a ti para informarte de que he decidido escribir una entrada feliz. Es puramente ficticia, porque ahora mismo yo no soy feliz; creo que no me acerco siquiera a la definición general de Felicidad, pero estoy viva, y por eso le debo esta entrada a todos los que no lo están, fueran felices o no. Mi obligación, mi deber y mi deuda hacia las personas que ya no son personas, es dedicarles una entrada feliz que, quizá, podría haber sido parte de su historia, de haber seguido aquí.
Atte:
-C.
Llega un punto en el que crees que no puede mejorar; conduces de camino a su casa con tu música favorita a todo volumen y el pecho se te hincha de felicidad, accionando las mariposas de tu estómago, con cada metro que aproximas a él. Pero entonces, cuando aparece por la puerta y pone sus ojos sobre ti, el mundo se para una vez más para permitirle a tu corazón pararse con él, congelando ese instante. No sabes si él siente lo mismo, aunque siempre te dedique esa preciosa sonrisa ladeada, pero aunque no haya habido alma viviente en este mundo que haya sido capaz de explicar cómo nos enamoramos todavía, sabes que cada vez que te mira a los ojos, echa la cabeza hacia atrás y se ríe como un niño, tú te vuelves a enamorar.
Sabes que te estás muriendo; al fin y al cabo, todos lo hacemos. Cada día más, es un día menos. Pero ¿qué importa? ¿Sería en vano morir mañana mismo, sin haber podido cumplir "tus sueños", sin haber "podido dejar tu marca" en este efímero mundo? Cogida de su mano, sentados en la hierba sin hablar de nada en particular, no te lo parece. Porque quizá la esencia de la vida, su verdadero significado, no consista en hacer que el mundo te recuerde, sino en hacer del mundo algo que
tú quieras recordar. Y aunque sea una memoria pequeña, este instante, es uno que no cambiarías ni por la absolución de tus pecados; si tienes que ir al infierno, que sea con este recuerdo.
Te mira y te das cuenta de que te estaba hablando; te has ido por completo a tu mundo. Te disculpas, azorada, pero él sonríe y te besa en la frente. Le da igual; se ha enamorado de una soñadora con una imaginación que tiende a desbordarse en momentos poco apropiados, pero te acepta así. Tal y como eres. Y espera que tú hayas hecho lo propio; que le quieras a pesar de ser demasiado tozudo, que le perdones su falta de perspicacia, que no te importe que hable sin parar cuando tiene algo que decir. Los dos secretamente rezáis para que el otro esté dispuesto y decidido a acompañaros en los momentos de tormenta.
Pero ese no es el tipo de cosas que se dicen en una cita, sentados en el parque bajo el sol estival; predominan los cumplidos susurrados al oído, suspiros al viento, caricias y miradas furtivas. Predomina la felicidad de estar vivos y juntos, de poder tener una dimensión privada para los dos lejos de los problemas a los que os tendréis que enfrentar una vez den las diez y tengáis que volver a casa, cada uno por su lado. Si hay algo bueno del amor es que funciona como escudo de lo Fatal que temía Rubén Darío, de la vida misma. En esos instantes secretos para el resto del mundo, os sentís muy vivos pero mismamente podríais estar muertos; da igual.
Ahora sólo existe el sol, la brisa, vuestras manos entrelazadas, su risa, sus ojos, tu corazón latiendo con fuerza, recordándote que estás viva.