En la montaña rusa de la vida hay altibajos; todo va a máxima velocidad, aunque lamentablemente parece que los instantes en los que rozas el cielo pasan más deprisa que aquellos momentos de las vías en los que puedes rozar la hierba. En cualquier caso, todas las montañas suben y bajan; pero algunas tienen túneles.
Angustiosos momentos en los que la luz se apaga, y no te da tiempo a mirar hacia atrás porque la violencia de la inercia ejercida por la velocidad te lo impide; cuando miras hacia adelante, sólo ves oscuridad. Una oscuridad aterradora por la que te ves arrastrado a la velocidad de la luz sin poder hacer nada por remediarlo; te mueves y no sabes hacia dónde. Después de lo que han parecido kilómetros y kilómetros de vías, traqueteo y emociones rebosantes de adrenalina, llegas a la temible oscuridad y todo parece estancarse de nuevo. El frío cala en tus huesos y se te pone la piel de gallina a la vez que te recorre un escalofrío por la espalda. Porque no ves la salida.
Y ni siquiera sabes por qué hay un túnel; ¿qué propósito tiene? Se supone que ésta es una atracción al aire libre, es contraproducente techar una parte del recorrido. Pero quizá sea así como funcione la vida, ¿no?; pensamos cosas, tomamos decisiones y llevamos a cabo acciones que realmente no nos llevan a ninguna parte. Y, el caso, es que generalmente lo sabemos; sabemos que no sirve de nada meterse en un túnel, pero aun así lo hacemos. Y luego dicen que somos la especie desarrollada.
Con todo, es un túnel. Así que por muy largo, oscuro y abrumador que sea, sabes que, tarde o temprano, acabarás saliendo de él. Algún día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dedicar tu tiempo en dejarme un mensaje, querido transeúnte.
Atte:
-C.