10.12.2013

Arrepentimientos

Para apreciar la vida, normalmente tenemos que conocer la muerte. Y cuando conoces la muerte empiezas a darte cuenta de lo importante que es dejar una buena huella en la vida de la gente que quieres. Porque, de repente, un día te despiertas y esa persona ya no está.

Y quizá sólo sea por culpa del dolor y de la pérdida, pero no puedes dejar de pensar en los momentos malos; en aquel día en el que gritaste, o cuando no quisiste dar un abrazo; aquella tarde en la que fuiste brusca o te enfadaste por una tontería y no quisiste hablar. Y no puedes dejar de llorar. Y te arrepientes. Porque esa persona se ha ido con todas las cicatrices que tú infringiste, muchas veces de forma voluntaria. Hagas lo que hagas, no puedes cambiar los hechos, no puedes deshacer esas heridas, y por consiguiente esa persona, a la que a pesar de haber hecho daño has querido y querrás siempre con locura, se ha ido marcada por ti. Probablemente desde el cielo a ti te recuerde por los grandes momentos, por la ternura y por las satisfacciones, pero en la dura tierra tú sólo puedes pensar en que podrías haberlo hecho de otra manera.

Podrías haber escondido ese par de lágrimas, podrías no haber gritado, podrías no haber herido, podrías haber luchado. Y elegiste no hacerlo. Siempre podría haber sido diferente. Y ya no.

El arrepentimiento te ataca en forma de dolor, un dolor que nubla todos tus sentidos y sólo te permite derramar lágrimas. Porque hiciste daño a la persona que más te ha querido jamás. Porque no puedes borrarlo. Porque, pase lo que pase, hagas lo que hagas... Nada borrará el pasado. Y ya sea mañana o dentro de diez años... Una persona a la que quieres se irá con las heridas que tú infringiste. Y tú lo sabrás.

Y ni siquiera llorando podrás cambiarlo. Jamás.

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