No has dejado de mirarla, pero, de repente, has ido dejando de verla. ¿Cómo ha podido pasar? Intentas aferrarte a ella, retenerla, hablarla, ayudarla, pero se te escapa de entre los dedos. Alargas la mano, alzas la voz, pero ella sigue desapareciendo.
Sus colores se vuelven más grises aunque que te ensañes con tu paleta; sus contornos se difuminan, por mucho que intentes repasarlos con tu rotulador. Hagas lo que hagas, digas lo que digas... no sirve para nada, más que para alegarla todavía más de ti, para hacerla desaparecer un poquito más rápido. No puedes sino guardar silencio y ser un impotente espectador en la crónica de un suicidio. La ira se acumula en tu interior a cada día que pasa, presa de esa maldita impotencia y ese miedo que te impiden hacer otra cosa que no sea retener las lágrimas; con ellas, sólo diluirías aún más sus colores. Harías lo que fuera, cualquier cosa por poder hacerla volver, con todos sus colores, con sus formas perfectas, sin una sola esquina borrosa o decolorada. Y sin embargo, no puedes. No hay asesinos en esta película, no hay villanos ni héroes; sólo existe la profunda crueldad de un pensamiento más poderoso que ella misma, y un odio mayor que el de los dioses cuando se empeñan en castigar a sus estúpidos y débiles mortales.
Puedes vivir sin su amistad, pero no quieres vivir sin ella. Lo intentas todo pero no puedes hacer nada; sus colores se siguen perdiendo en la bruma de un universo al que no podría importarle lo más mínimo. Alargas el brazo y cierras la mano en un puño, pero no se puede agarrar algo que ya no está. Como motas de polvo a la luz del sol, como polvo de hadas en un cuento para niños; cierras la mano en torno al vacío. Sigues quieta y callada, observándola desaparecer, hasta que sólo te queda su sombra.
Bienvenido al mundo de mis sueños y pesadillas; lo que ves, es lo que hay, y si no te gusta, no mires. Puede que no sepa volar, pero sé escribir, y eso, algún día, me hará libre.
9.30.2014
9.17.2014
Cuando un hombre
Cuando un hombre se postra ante el sol,
no lo hace sino su sombra,
lo hace ante su nombre,
pues si un hombre sin sombra se arrodilla,
ya no hay sangre sino muerte.
Y cuando el hombre se levanta
ante la luna, es su reflejo
el que le canta, y le dice,
y le habla y le da vida
a su balada.
Cuando un hombre mata a otro hombre
sin rendir culto a la tierra,
agraviando con la suerte,
nadie sabe lo que siente
más que su alma yerma.
Quiera aquel que no ve el sol
sin estar ciego, cuyo cuerpo vuelve a tierra,
quiera aquel entonces tornar la vista
a lo que ya fuera.
Quiera el que no exsite
que un hombre no amanezca
en el ocaso, no aparte la vista
de la aurora, ni de la sangre o
de la sombra de otro hombre.
9.01.2014
Te lo crees
Cuando te repiten algo constantemente, acabas por creértelo. Por otro lado piensas que cuanto más te lo repitan, menos te importará, pero eso no es así. Cada vez que el patrón se repite, empiezas a pensar que la culpa es tuya. Cuando parece que el miedo por fin ha desaparecido, las pesadillas encuentran una forma de volver a llegar hasta ti. Y cuando se derrama la primera lágrima, ya nada puede contenerlas.
Te pregunta por qué estás callada, por qué no le miras; te pregunta por qué estás enfadada con él. Pero no lo estás. Giras la cabeza para otro lado porque no quieres que te vea llorar, no hablas porque las palabras no consiguen hacerse paso a través del nudo de tu garganta. Cuando te pasa la mano por la espalda y te acerca hacia sí, respiras hondo y consigues calmarte, pero justo cuando intentas verbalizar tu mayor miedo, las lágrimas vuelven a tus ojos y el nudo de la garganta se cierra sobre ti para cobrarse tu voz. Y así hasta que finalmente guardas silencio. Dejas que él te arruye, que te bese en la sien, que una avispa distraída llene tu mente con su zumbido por entre la hierba. Pero el dolor no se va. Nunca se va.
Se suponía que habías conseguido matar a tus fantasmas, y, sin embargo, por las noches, son ellos los que intentan matarte. Un solo recuerdo sirve para desencadenarlo todo, y la bola crece y crece hasta que los amaneceres vuelven a teñirse de lágrimas y sangre. Los recuerdos vuelven, regresa esa idea que consiguieron hacerte creer a base de repetirla. La culpa es tuya. No vales la pena. No lo mereces.
¿Qué significa el "lo"? Algunos lo saben. Otros se lo imaginan, pero están equivocados. Y tú... tú te lo crees.
Te pregunta por qué estás callada, por qué no le miras; te pregunta por qué estás enfadada con él. Pero no lo estás. Giras la cabeza para otro lado porque no quieres que te vea llorar, no hablas porque las palabras no consiguen hacerse paso a través del nudo de tu garganta. Cuando te pasa la mano por la espalda y te acerca hacia sí, respiras hondo y consigues calmarte, pero justo cuando intentas verbalizar tu mayor miedo, las lágrimas vuelven a tus ojos y el nudo de la garganta se cierra sobre ti para cobrarse tu voz. Y así hasta que finalmente guardas silencio. Dejas que él te arruye, que te bese en la sien, que una avispa distraída llene tu mente con su zumbido por entre la hierba. Pero el dolor no se va. Nunca se va.
Se suponía que habías conseguido matar a tus fantasmas, y, sin embargo, por las noches, son ellos los que intentan matarte. Un solo recuerdo sirve para desencadenarlo todo, y la bola crece y crece hasta que los amaneceres vuelven a teñirse de lágrimas y sangre. Los recuerdos vuelven, regresa esa idea que consiguieron hacerte creer a base de repetirla. La culpa es tuya. No vales la pena. No lo mereces.
¿Qué significa el "lo"? Algunos lo saben. Otros se lo imaginan, pero están equivocados. Y tú... tú te lo crees.
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