Cuando un hombre se postra ante el sol,
no lo hace sino su sombra,
lo hace ante su nombre,
pues si un hombre sin sombra se arrodilla,
ya no hay sangre sino muerte.
Y cuando el hombre se levanta
ante la luna, es su reflejo
el que le canta, y le dice,
y le habla y le da vida
a su balada.
Cuando un hombre mata a otro hombre
sin rendir culto a la tierra,
agraviando con la suerte,
nadie sabe lo que siente
más que su alma yerma.
Quiera aquel que no ve el sol
sin estar ciego, cuyo cuerpo vuelve a tierra,
quiera aquel entonces tornar la vista
a lo que ya fuera.
Quiera el que no exsite
que un hombre no amanezca
en el ocaso, no aparte la vista
de la aurora, ni de la sangre o
de la sombra de otro hombre.
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-C.