Cuando te repiten algo constantemente, acabas por creértelo. Por otro lado piensas que cuanto más te lo repitan, menos te importará, pero eso no es así. Cada vez que el patrón se repite, empiezas a pensar que la culpa es tuya. Cuando parece que el miedo por fin ha desaparecido, las pesadillas encuentran una forma de volver a llegar hasta ti. Y cuando se derrama la primera lágrima, ya nada puede contenerlas.
Te pregunta por qué estás callada, por qué no le miras; te pregunta por qué estás enfadada con él. Pero no lo estás. Giras la cabeza para otro lado porque no quieres que te vea llorar, no hablas porque las palabras no consiguen hacerse paso a través del nudo de tu garganta. Cuando te pasa la mano por la espalda y te acerca hacia sí, respiras hondo y consigues calmarte, pero justo cuando intentas verbalizar tu mayor miedo, las lágrimas vuelven a tus ojos y el nudo de la garganta se cierra sobre ti para cobrarse tu voz. Y así hasta que finalmente guardas silencio. Dejas que él te arruye, que te bese en la sien, que una avispa distraída llene tu mente con su zumbido por entre la hierba. Pero el dolor no se va. Nunca se va.
Se suponía que habías conseguido matar a tus fantasmas, y, sin embargo, por las noches, son ellos los que intentan matarte. Un solo recuerdo sirve para desencadenarlo todo, y la bola crece y crece hasta que los amaneceres vuelven a teñirse de lágrimas y sangre. Los recuerdos vuelven, regresa esa idea que consiguieron hacerte creer a base de repetirla. La culpa es tuya. No vales la pena. No lo mereces.
¿Qué significa el "lo"? Algunos lo saben. Otros se lo imaginan, pero están equivocados. Y tú... tú te lo crees.
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