2.23.2013

La pérdida II

Cuando me despierto, sigo tumbada en la arena. Entierro los dedos en ella y dejo que los finos granos me hagan cosquillas; estoy empapada y fría. Tardo un rato en salir de la modorra que me tiene poseída, y conforme lo hago, el dolor regresa a mi pecho, aunque de una forma distinta. Ahora no es intenso y salvaje, como antes, sino que es un tipo de dolor... hueco. No siento nada, pero me duele.

Me pongo de pie y vago por la playa; en algún momento de mi letargo, empieza a llover. Observo cómo las gotas mojan la arena, oscureciendo su color hasta cubrirla por completo. Siento la necesidad de volver al agua, aunque el oleaje sigue estando alterado; con todo, camino mar adentro, muy lentamente debido a la resistencia que aporta mi ropa. El agua me cubre las rodillas cuando él regresa. Me vuelve a tomar entre sus brazos y me saca del agua, susurrándome palabras que no entiendo pero que me tranquilizan. Nos sentamos en la arena y me coloca sobre su regazo, convirtiéndose en una jaula protectora. Entonces, súbitamente, un grito sube por mi garganta y desgarra el aire. Él se sobresalta y no es capaz de retenerme cuando me levanto de un salto y salgo corriendo. Sin embargo, es mucho más rápido que yo, y no tarda en alcanzarme y derribarme con su propio cuerpo. Rompo a llorar y me entierra en su pecho, arruyándome. El dolor viene y va, según si me habla o no. Cuando viene, mi cuerpo se contrae y me aferro a su camisa con fuerza, mientras el dolor me abrasa las entrañas. Cuando se va, me concentro en la magia que su voz ejerce sobre mí, como un somnífero.

No puedo juzgar cuánto tiempo llevamos así, acurrucados en la arena, empapados y fríos, pero de repente, él se levanta y tira de mi mano para arrastrarme hasta mis propios pies. Me sonríe y algo cálido vuelve a mí; sale corriendo sin soltarme la mano, y comenzamos a volar sobre la arena. El viento me azota en la cara, pero por alguna razón noto risa escapar de mi garganta; corremos y corremos, concentrados en la velocidad nada más. A intervalos irregulares, él se para y da media vuelta, convirtiendo la carrera en una especie de juego de pilla pilla. Él corre, y yo le persigo. Hasta que se cae.

Voy a socorrerle pero no se mueve. Ni siquiera sé contra qué se ha dado; no sale sangre, pero él está inerte. El miedo y el dolor vuelven a apoderarse de mí, y dejo que el pánico me conduzca hacia el mar. Me zambullo entre las olas que me azotan y me llevan a su merced, y mientras el agua me toma y la vida se escapa de mí a la vez que el dolor se expande por mi interior, amenazando con hacerme explotar, grito.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dedicar tu tiempo en dejarme un mensaje, querido transeúnte.
Atte:
-C.