8.30.2012

Va a estar bien (VI)

No quiero oírlo, no, no, no quiero. Me tiembla el labio y me lo muerdo con avidez, concentrándome en el dolor para ahogar las lágrimas. Marcos sigue reteniendo mis manos entre las suyas, y no me puedo creer lo mucho que voy a echar de menos esas manos suaves, finas, firmes.

-Cris... -repite-. Mi pequeña y preciosa Cris.

Me pasa la mano por la mejilla y yo derramo una lágrima involuntaria. Él hace una mueca y no pierde tiempo en secarla con el pulgar, seguidamente atrayéndome hacia sí; me entierro en su  pecho y dejo escapar un sollozo silencioso. Sé que esto no es justo para él, pero estoy demasiado enamorada. No me puedo creer que se vaya a acabar así.

-Eh, eh -susurra con suavidad-, mírame. Vamos, mírame. Yo no estoy enamorado de ella. Nunca lo estuve, Cris, jamás.

Me sorbo la nariz y le miro, incrédula. ¿He oído bien, o me lo he imaginado? Él se ríe ante mi expresión, y me besa la coronilla.

-Pe-pe-pero... ¿Y la historia? ¿La canción, cómo has estado estos días...? -balbuceo.

-Mi niña, la echo de menos porque era mi amiga; me dio los mejores años de mi vida... Hasta que te conocí a ti. ¿La canción? Refleja lo que sentí en ese momento, sin más. Pensé que el mundo se me caería encima, y me costó bastante volver a arrancar. Pero, si escribiera una canción por cada vez que he pensado que se me caía el mundo, no podría acabar -bromeó, consiguiendo sacarme una pequeña risa tonta.

>>Te quiero a ti, y a nadie más. Siento haber estado así estos días, y te agradezco por escuchar mi historia, porque me has ayudado a soltarlo todo.

Me solté de su mano y le abracé con todas mis fuerzas, a lo que él correspondió con una sonora carcajada.

-Vamos, te acompaño a casa.

Una vez más, caminamos de la mano, a paso tranquilo, sin prisa alguna. Cuando no se da cuenta me le quedo mirando mientras camina, es algo que siempre me ha fascinado. Y me doy cuenta de por qué le dio aquel título a la canción; porque aunque nada parezca estable y todo esté oscuro, creo que su subconsciente sabía que, aunque en el momento nada estuviera bien, las cosas iban a cambiar.

A cambiar para mejor.

Va a estar bien (V)

-Blanca y Elisa le dieron la fantástica fiesta que habían propuesto planear; fue casi todo nuestro curso, y aunque yo estaba presente físicamente, se puede decir que no aparecí por la fiesta en toda la tarde. Paloma apenas me había dirigido la palabra desde que la llevé al garaje de mi tío, desde que la di un pedazo de mi música, de mi alma, de mí. Y, por fin, llegó el día H.

>>Fuimos al aeropuerto, Blanca, Elisa y yo. Paloma lloraba, y al cabo de unos minutos, las chicas también se unieron. "Tú eres un hombre y no lloras, ¿eh, hijo?", dijo su padre mientras me daba una palmada en la espalda. Me reí sin ganas y me encogí de hombros, con una enorme sonrisa fingida. Cuando llamaron su vuelo, uno por uno nos fuimos despidiendo de Paloma; habíamos acordado que cada uno le daría un regalo especial, "personal", y así fue. Blanca le regaló una pulsera hecha a mano, muy típico suyo; Elisa, un álbum de fotos firmado por todos (nos costó convencerla de que nos dejara hacerlo). Yo, por mi parte, y a falta de ninguna otra ocurrencia, perfeccioné la canción, la pasé a papel, la grabé y se la metí en un disco.

>>Con las manos temblorosas, tomó el CD y se lanzó a mis brazos. Me dio un abrazo tan fuerte que me dejó sin respiración, y yo se lo devolví como pude; hacía días que me sentía sin fuerzas, para ser sincero. Anunciaron la última llamada de su vuelo, y supimos que ése era el final. Después de tantas horas, días y meses juntos... Se acababa. Los tres nos quedamos de pie, mirando las pantallas hasta que su vuelo despegó. Mascullamos algunas palabras para autoconsolarnos, y un poco más tarde, cada uno se fue a casa por su cuenta.

>>Ahora que el momento había llegado, ahora que ella se había ido, lloré. Tirado en la cama, apoyado contra la pared y lleno de rabia, eché todas las lágrimas que había dentro de mí, todas aquellas que había acumulado desde el día que se me cayó el mundo. "Nada va a estar bien, nada va a estar bien...", me repetía constantemente, una y otra vez. Necesitaba saber por qué, simplemente, por qué teníamos que decir adiós. Nada me haría olvidarla, y sabía que la vida iba a ser dolorosa desde ese momento; le prometí a ella mentalmente que nunca la olvidaría, aunque tuviera que seguir adelante sin ella...

Ha ido reduciendo el tono de voz hasta que sus últimas palabras no han sido más que un susurro; puede que me  haya contagiado parte de su pesar, pero sé que la losa que siento sobre mis hombros no tiene nada que ver. Desde hacía varios días me lo estaba temiendo, pero no sabía hasta que punto llegaba la cosa. Antes que mi novio, Marcos es mi mejor amigo, y como tal, tengo que ser fuerte y dejarle ir, rezando para que no me aleje por completo de su vida. Me armo de valor, tomo aire y digo:

-¿Tú estabas... estás enamorado de ella?

Se yergue y me mira a los ojos, con una expresión que me destroza por dentro; me toma la mano con dulzura y me sigue mirando, perforándome con esos ojos azules.

-Cris...

8.29.2012

Va a estar bien (IV)

-El resto de la semana fue... silenciosa. Es la única manera que se me ocurre para describirlo. Normalmente luchábamos por tener el turno de palabra en la conversación, pero esos días no. Sé que no fue justo para Paloma, pues tampoco quería irse, pero yo simplemente no encontraba las palabras. No sabía qué decir o hacer al respecto. Entonces, Blanca sugirió hacerle algo especial, como regalo de despedida, <<una fiesta o algo así>>. Sí, algo especial, pensé, eso es lo que voy a hacer. Tan pronto como no sabía qué decir, ahora lo tenía todo claro. Sabía perfectamente qué cosa especial podía darle yo a Paloma.

>>A la salida del colegio, la llevé aparte, detrás de un árbol. "Ven a mi casa", solté, sin más. "¿Cómo?", soltó una carcajada; me acuerdo que me gustaba mucho su risa. "¿Qué quieres hacerme?". Le reí la broma y me puse serio de nuevo. "Ven conmigo, quiero... enseñarte una cosa".

>>Por fin, accedió a venir conmigo, pero se sorprendió cuando nos desviamos de mi casa. "¿No íbamos a tu casa?", preguntó. La pedí que confiara en mí, y así lo hizo. Caminamos media hora más, hasta llegar a casa de mi tío. Pasé olímpicamente de la puerta principal y me fui directo al garaje. "Mi tío tiene una banda", expliqué, "y ensayan aquí. Él me deja venir cuando quiero alejarme un poco del mundo; puedo coger su guitarra". Para entonces, Paloma estaba bastante boquiabierta. Me colgué la guitarra al hombro y comencé a tocar unos acordes que llevaba murmurando para mí varios días, sin saber por qué. Nunca nadie me había oído cantar, pero sentí que ella sería una buena primera oyente.

Se aclara la garganta y entona una melodía. La misma melodía que lleva tocando días y días cuando se encierra en el estudio.

-"Esta canción es para ti", dije, armándome de valor. Toqué y canté durante cuatro eternos minutos, ante su incrédula mirada. Noté cómo las lágrimas se iban agolpando en sus ojos, y comenzaron a caer con mi último acorde de guitarra. "Sigo esperando despertarme", mascullé, mientras la abrazaba con todas mis fuerzas; "Esto sólo puede ser un mal sueño, ¿no? No soporto que te vayas, por favor, no me... no nos dejes" -no sé si esa confusión entre "no me dejes" y "no nos dejes" ha sido involuntaria o realmente fue así como sucedió, pero no estoy segura de querer saberlo. A estas alturas, ya sé por dónde van los tiros-. "Nunca sabrás lo mucho que significas para mí; no quiero perderte, Paloma, por favor, ¿por qué tiene que ser así?"

Marcos agacha la cabeza y hunde los hombros, y yo, discreta, me enjugo una lágrima que me corre por la mejilla.

Va a estar bien (III)

-Se acercaba la época de exámenes, así que todos nos recluimos un poco en nuestro propio mundo, pero aún así seguíamos siendo un grupo. Éramos algo... especial, no sabría cómo explicarlo. Teníamos algo grande. Estaba convencido de que todo sería perfecto, de que nada podría separarnos, de que... en fin, de que todo sería perfecto.

Suelta una risa amarga y sacude la cabeza pesarosamente.

-Y justo cuando... -la voz se le ahoga en la garganta, y tiene que carraspear para seguir-. Justo cuando todo iba bien, cuando estábamos acabando los exámenes y la tensión por los libros se estaba disolviendo poco a poco, nos llegó la noticia. Se acabó. Se acabó. Se acabó...

>>Paloma, la mayor, se iba. Se marchaba para siempre, a estudiar a Alemania, por un traslado en el trabajo de su padre. Es curioso cómo, en una milésima de segundo, todo se rompe. El mundo se me cayó encima de golpe. Los tres enmudecimos. Probablemente fuera sólo mi percepción, pero me dio la impresión de que nadie habló durante una eternidad. Había llegado al cielo, lo había tocado con mis propias manos, había vivido allí, y, en cuestión de segundos, el pilar que me sostenía se había venido abajo, dejándome caer sin ningún tipo de paracaídas.

>>Intentamos buscar algún tipo de solución, alguna salida viable, lo que fuera para que se quedara y no nos abandonara. En realidad, Blanca y Elisa lo hicieron; yo no podía mediar palabra. Recuerdo volver a casa y que mi madre me preguntara algo (probablemente qué tal me había ido el día), y yo no contestar. No recuerdo cambiarme de ropa, ni atarme los cordones de las zapatillas, ni salir de casa, ni cruzar el puente. Simplemente, y como por arte de magia, me encontraba corriendo. Nunca había corrido tan rápido ni con tanta rabia. Inconscientemente me metí por las calles secundarias que nunca están transitadas, y menos a esas horas, y corrí.

>>Corrí como alma que lleva el diablo, dando la vuelta si me encontraba con un semáforo o una esquina que me impidiera seguir. No notaba la fatiga, ni el ardor en los pulmones, ni el agarrotamiento de las piernas. Sólo estábamos yo, mi rabia y el viento. Era la primera vez que salía a correr sin música ni el móvil; ni siquiera llevaba llaves. Cuando el sol hubo bajado un poco, giré hacia una pequeña calle, sin mirar muy bien por dónde iba. Era una calle cortada por una valla, pero yo no la vi. Para cuando lo hice, era demasiado tarde; no pude frenar a tiempo y me choqué contra toda ella. Así, sin más. Tirado en el suelo conseguí calmarme un poco, y volví andando a casa, porque me había hecho sangre en una rodilla y me escocían las manos. No me quedaban fuerzas, de todas formas.

>>Un segundo. Eso es lo que tardó mi vida en venirse abajo.

Va a estar bien (II)

-Fue la mejor época de mi vida -hablaba con la mirada perdida, y ahora sin duda sabía que no estaba conmigo, sino muy, muy lejos de mí; en aquel brumoso lugar llamado Pasado-; sentía que por fin estaba en el lugar correcto, que pertenecía a algo fuerte, grande; por una vez en mi vida, podía ser yo mismo, nada me detenía, no tenía límites.

Suelta una pequeña risa ahogada antes de retomar la historia.

-Recuerdo estar sentados en el patio del colegio, siempre en la misma esquina, picando a una chica llamada Blanca; estaba como una cabra, y tengo que confesar que a veces me daba un poco de miedo, pero sabíamos controlarla, y básicamente pasábamos el tiempo metiéndonos los unos con los otros. Lo que más disfrutaba era cuando discutíamos; no eran discusiones serias, pero cuando se sacaba algún tema... polémico, nos enzarzábamos a hablar y hablar, hasta llegar a gritarnos en ocasiones, intentando dejar claro nuestros distintos puntos de vista.

>>Hubo un día, uno en concreto, en el que la otra chica, Elisa, y yo estábamos discutiendo sobre algo; ni siquiera recuerdo acerca de qué, simplemente me acuerdo que discutíamos acaloradamente, mientras las otras dos atendían a la disputa como árbitros de tenis. Me erguí sobre mis rodillas, y un rayo de sol se coló por las hojas del árbol que nos daba cobijo, bañándome la cara con su calor. Fue todo eso, la combinación de la frescura de la brisa con la calidez de los rayos de sol, las chispas que saltaban entre Elisa y yo, los aspavientos de manos, y las risas contenidas de Paloma y las no tan contenidas de Blanca... Todo. En medio de la discusión, de los gritos y el pequeño corrillo que se había formado a nuestro alrededor (nuestros compañeros nunca desaprovechaban la oportunidad de presenciar una buena disputa, sobre todo entre nosotros dos), me di cuenta de que me sentía la persona más feliz del mundo.

>>No era como en las películas, donde habría salido a cantar bajo la lluvia, o habría hecho realidad algún tipo de sueño imposible, no. Mi rutina seguía siendo exactamente la misma que siempre: me levantaba a la misma hora, iba al colegio, atendía en las clases, volvía a casa, salía a correr al atardecer, iba a mis clases de música... En resumen, que mi vida no había cambiado en lo externo. Y, sin embargo, aunque mi ceño seguía igual de fruncido cuando algún pasaje de Moszkowski no me salía o cuando me encontraba ante algún problema especialmente complejo de física, había algo dentro de mí que sonreía un poco más, que hallaba algo más de paz cada vez que apoyaba la cabeza en la almohada por las noches. Teníamos peleas continuas, sí, pero me peleaba con la gente que quería.

Sus ojos echan chispas; incluso puedo notar esa energía pasada de la que habla.

-Sin duda, la época más feliz de mi vida.

8.27.2012

Va a estar bien (I)

Hace días que Marcos está muy raro; aparentemente, nada ha cambiado, y por fuera parece que simplemente vamos cogidos de la mano, andando como cualquier pareja normal. Pero no es así. Es cierto que vamos cogidos de la mano, y dibuja esa bonita sonrisa cada vez que me dirige una mirada cariñosa, pero sé que hay algo que le lleva rondando la cabeza varios días. Está ausente, y aunque noto que se esfuerza por tener los pies en la tierra, en cuanto nos quedamos en silencio unos minutos, su mente se va volando, a miles de kilómetros de mí; se encierra en su estudio con la guitarra o el teclado durante horas y horas, tocando siempre el mismo tema, uno que nunca me ha enseñado. Estoy preocupada.

Le he preguntado si quiere parar a tomar un café, pero no me ha escuchado. Llevamos caminando unos tres cuartos de hora, y no ha abierto la boca en todo el camino; me siento impotente, es evidente que no puedo hacer nada. Hundo un poco los hombros, aflojo mi mano de su agarre y la meto en el bolsillo del abrigo. Suelto un profundo y largo suspiro. Entonces, él parpadea fuertemente, como saliendo de un trance, se para en seco y me mira, frunciendo el ceño, interrogativo. Arqueo las cejas y frunzo los labios, encogiéndome de hombros. Mi mirada ya no es interrogante, como lo era hace varios días, sino que muestra cierta desesperación. ¿Cuánto sé de él, al fin y al cabo? No nos conocemos desde hace algo más de medio año, y aunque yo estoy profundamente enamorada de él (y sé con certeza que él también lo está de mí), no sé gran cosa de su pasado. Conozco todos sus gustos, sus secretos, sus pesadillas y sus sueños, pero en lo que concierne al pasado, a su historia... No sé gran cosa. Y me temo estar perdiéndolo.

Me hundo en sus ojos azules, profundos y brillantes, como el curso bajo de un río en primavera. Agacha la cabeza y suspira, restregándose con fuerza los ojos. Alarga el brazo y toma mi mano, suavemente dibujando círculos con el pulgar en el dorso. Estiro la comisura izquierda y esbozo media sonrisa; me pongo de puntillas y le doy un beso, suave, tierno. Él me retira un mechón de pelo rebelde que se ha descolocado de su sitio con la mano que tiene libre y me atrae hacia sí para darme un abrazo, besándome la coronilla.

-Ven conmigo -murmura-; sentémonos un rato.
Caminamos hasta la puerta más cercana del Retiro y nos sentamos en un banco cercano, a la sombra cálida de una fila de árboles jóvenes. Se inclina hacia delante y se apoya en las rodillas, mirando al suelo. No sé si marcaré una diferencia haciendo esto o no, pero me arrimo un poco a él y le pongo la mano en el hombro, intentando hacerle saber que estoy con él.

-En una vieja escuela -comienza-, en un sitio no tan lejano, hubo una vez una pequeña pandilla de cuatro amigos; tres chicas y un chico. Estaban siempre juntos, tanto en el trabajo como en su tiempo libre.

Hace una pequeña pausa. Se yergue y me mira a los ojos.

>>Bien, pues esta es mi historia.

8.23.2012

La bifurcación en el camino del rey

Os proporciono esta historia, que combina dos finales alternativos, de mano de mi buen amigo Ashitaka.

Las gemas contenían un gran poder. Y ahora ese poder estaba en mis manos. Debía asegurarme de que no perdieran nunca su brillo, de conservar la energía con que protegía a mi pueblo. Por eso mandé construir un cofre donde las guardé, a salvo de accidentes, ladrones e intemperie.

Las gemas contenían un gran poder. Y ahora ese poder estaba en mis manos. Debía asegurarme de que no perdieran nunca su brillo, de conservar la energía con que protegía a mi pueblo. Lo primero que se me ocurrió fue encerrarlas bajo llave. Pero las siete gemas fueron halladas en la tierra que ahora está bajo mis pies y todo mi reino. ¿Con qué derecho habría yo de guardar para mí lo que a la Tierra pertenece?

Una vez guardadas las gemas respiré hondo, aliviado. El poder estaba a salvo. Nosotros estábamos a salvo.

Las gemas fueron devueltas a lo más hondo de la montaña y la mina donde fueron halladas fue clausurada y posteriormente derrumbada. Ahora todo estaba en su sitio.

Sí, el poder estaba a salvo. Nadie podría robarlo. Nadie podría controlarlo. Ahora yo era el único responsable. Su poder me pertenecía. Era mi poder. Sólo mío.

Desde las profundidades de nuestra amada Tierra, las gemas obraron milagros. En la montaña creció un frondoso bosque, en los prados en sus faldas florecieron amapolas y margaritas y toda la estepa árida y seca en cuyo centro se alzaba la imponente montaña se tornó verde, fresca y fértil. ¡Qué agradecido les estaba por compartir su fuerza con nosotros!

Sí, el poder era mío, podía hacer lo que quisiera con él. Necesitaba verlas otra vez. Me pertenecían. El cofre se había oxidado, pero importaba. Dentro estaba la fuente de mi futuro éxito. Abrí mi codiciado tesoro, pero me encontré con que las gemas se habían... No sabría describirlo, pero de alguna manera se habían marchitado. Ya no brillaban ni emanaban energía. Ahora eran burdos guijarros. De alguna manera, las había asesinado. ¿Qué es lo que había hecho? Lo perdí todo. Mi reino ahora agoniza porque yo ahogué su salvación.

Hasta el final

Si ahora mismo te preguntaran cómo te sientes, dirías que... No tienes ni idea. Han sido unos días muy alteradores; has llorado, has reído, has vagueado, has hecho tareas pendientes... Y aún así sientes que no sabes del todo bien qué ha pasado. Ayer era lunes, hoy es... ¿miércoles? No, ayer fue domingo, y... En fin, que sigues viva.

La bruma que te nublaba la mente se está disipando con lentitud; sigues sin tener muchas ganas de hacer nada con el resto del mundo, pero al menos empiezas a hacer cosas sola de nuevo. Eso es mucho más de lo que tenías hace unos días. La resaca de una extraña fiesta se ha ido acumulando en tu cuerpo, haciendo que te duelan los huesos, que te pinchen los músculos, que se te nuble la vista y te duela la cabeza. Por fin, esa resaca está desapareciendo, muy poco a poco, pero sabes que podrás volver a ser tú misma con un poco de ayuda.

A pesar de lo terca y borde que eres, no vas a negar que necesitas ayuda, así que vas a (quieres) apoyarte en aquellos que siempre están dispuestos a ofrecértela: tus amigos. Ellos te darán su hombro para llorar, su sonrisa para reír y su amistad para ayudarte a seguir adelante.

Te encuentras con la misma disyuntiva de siempre: no sabes qué, ni cómo, ni cuándo. Sólo estás segura (te aferras a ello como a un clavo ardiendo), de que ese... lo que sea, algún día llegará. Llegará para sacarte de donde sea que estás metida, porque ya tampoco sabes ni eso, y te hará feliz. Mientras tanto, hasta que consigas llegar a... "eso", vas a intentar volver a tu camino de toda la vida, aquel en el que caminabas a tu ritmo, preocupándote sólo por ti misma y tus ganas de tener un gato, escuchando música todo el rato y buscando algo que te haga sacar una sonrisa constantemente.

Ése es el camino que sabes que quieres seguir. Y vas a llegar hasta el final.

8.22.2012

We Are Never Ever Getting Back Together

Like, ever.

Fotos Antiguas (IX)

[Julieta]
Todo me da vueltas, y me agarro al quicio de la puerta para no caerme. El olor, la foto, la chaqueta, los recuerdos... Todo se agolpa ante mí y siento náuseas.

La habitación huele a mi perfume.

Hay una foto nuestra (que pensé que había desaparecido de la faz de la Tierra) besándonos en la mesilla de noche.

La chaqueta de cuero que le regalé en su cumpleaños (y que obviamente le queda pequeña), está colgada en un perchero a mi izquierda.

Han pasado años... Y sin embargo, ésa última noche, los gritos, las lágrimas, los recuerdos... Todo me ataca de golpe. Y ahora lo recuerdo todo.

Recuerdo por qué no soy capaz de pensar con claridad cuando estoy cerca suyo. Recuerdo todas y cada una de las discusiones que tuvimos. Recuerdo cómo, a pesar de estar juntos, yo perdí las ganas de vivir y me dediqué a vagar por los días como un muerto viviente. Lo recuerdo todo. Recuerdo por qué me fui.

-¿E-estás bien? -tartamudea, alterado.

Consigo mantenerme consciente y le miro a los ojos. Niego con la cabeza, más para mí misma que para él. Agacha la cabeza y frunce los labios (tal y como solía hacerlo), aunque levanta la vista al cabo de unos segundos. Alarga la mano para darme un abrazo pero yo doy un paso atrás.

-No -respondo-. No.

-Por favor... -suplica. El dolor me martillea en los oídos.

Ya he llegado a la puerta. Me giro una última vez e intento quedarme con los buenos recuerdos que me trae su esencia, pero, como todos ellos, sólo consigo tener un sabor amargo de boca.

Las fotos antiguas capturan momentos pasados. Momentos que se fueron, momentos que no se pueden volver a recuperar. Yo he intentado volver al pasado, pero, como las fotos antiguas, sé que lo que tuvimos entonces no volverá nunca.

Y mientras conduzco en silencio con los ojos empañados en lágrimas, sé que así quiero que sea.

Fotos Antiguas (VIII)

[Romeo]
Siempre pensé que alquilar un piso cerca del Retiro sería una de las mejores inversiones de mi vida, y ahora lo agradezco, porque caminamos cogidos de la mano hasta mi casa. Me paro ante el portal y la beso la frente.
-¿Quieres subir?
Clava la vista en el portal, como si así pudiera descubrir algún detalle que se la hubiera pasado por alto; se queda dubitativa varios segundos (ese es el tiempo que deduzco que pasa, porque a mi me parecen años), y por fin sonríe tímidamente y asiente con la cabeza. Intento disimular lo mucho que me tiemblan las manos y abro la puerta.

Puede que esta sea la noche más especial de mi vida.

[Julieta]
Me tiemblan las manos y trato de ocultarlo, metiéndolas bien al fondo en los bolsillos y apretando los puños; no sé por qué siento este extraño hormigueo en el estómago, pero me está haciendo acordarme hasta del cocinero de la hamburguesa de antes.

Por mucho que haya cambiado su apariencia física, su casa es exactamente como me la habría imaginado hace años; no sé muy bien cómo describirla, simplemente puedo decir que la reconocería en cualquier lado como suya. Estoy nerviosa. Todo a mi alrededor huele a él y eso me provoca sensaciones que hacía muchos años que no sentía.

No obstante, también trae a la luz muchos recuerdos.

[Romeo]
Estoy nervioso. He sacado unas cervezas y la he ofrecido ver un poco la tele, más que nada porque no se me ocurre una idea mejor, y, por mucho que me apetece, no me voy a tirar encima suyo, porque, demasiado tarde, me di cuenta de que no la gustaba. De tal manera, estamos sentados en el sofá, abrazados el uno al otro (tal y como ella me confesó que era su sueño), mirando a la pantalla. Sin embargo, me da la sensación de que ninguno de los dos está realmente atendiendo a lo que dice la caja tonta.

¿Es por la pérdida de costumbre o hay otro motivo para que me sienta realmente tenso?

[Julieta]
No estoy segura si es por todo el tiempo que ha pasado o hay algo más, pero estoy muy tensa; su contacto es exactamente igual que era cuando yo todavía llevaba aparatos, pero hay algo que me provoca un escalofrío desagradable. No tengo ni idea de lo que están dando en la tele, y cuanto más tiempo pasa, más nerviosa me pongo.

Decido romper la tensión sugiriendo ir a su habitación. Noto que se pone colorado (y muy nervioso), pero intenta parecer un hombre y me conduce hasta allí. Según entro se me congela la sangre en las venas.

8.07.2012

Fotos Antiguas (VII)

[Julieta]
Claramente, sigue siendo él. Puede que haya cambiado su peinado, su cuerpo, su forma de vestir y más, pero sin duda, sus labios siguen siendo los mismos que me hacían ver fuegos artificiales hace varios años; suaves, delicados y a la vez fuertes, cuidadosos, dulces. Y como yo también sigo siendo yo misma, abro los ojos para mirarle mientras me besa; tiene los ojos entrecerrados y los párpados le oscilan de emoción, exactamente igual que hace varios años. Respira con fuerza, y con cada espiración se le nota temblar. Parece que le está dando un ataque epiléptico.

Lo he echado de menos.

[Romeo]
No hacemos comentarios después de separarnos, no hace falta. Lo decimos todo con los ojos, a pesar de que me cuesta que retenga la mirada con la mía; en eso tampoco ha cambiado. Pago la cuenta y salimos del restaurante, hacia el acogedor viento otoñal. Acogedor irónicamente, por supuesto, porque hace frío; la paso un brazo por los hombros, y ella me agarra de la cintura, pero cada vez que viene una ráfaga de viento se apretuja contra mí como si no hubiera mañana, aunque intenta disimularlo. Me quito el abrigo y se lo cedo; ella insiste en que me lo quede, pero acaba aceptando, obviamente agradecida. El frío ahora me ataca a mí, con lo que tengo que hacerme el valiente. Tengo que contenerme para que no me castañeen los dientes.

Lo he echado de menos.

8.06.2012

Fotos Antiguas (VI)

[Romeo]
He decidido ser valiente por una vez en mi vida y he cambiado rápidamente de tema; he pasado a hablar sobre música y en seguida se ha disipado la tensión. Veo mucho de mi vieja chica en ésta que veo ahora; en ocasiones se queda callada y se mordisquea el pulgar, no deja las manos quietas, hincha los carrillos... Me gusta oírla reír de nuevo, ahora que genuinamente sé que no está fingiendo; su risa es dulce, siempre conseguía relajarme.

El tiempo ha pasado a una velocidad de vértigo, así que he sugerido salir del parque y sentarnos a tomar algo; para ser sinceros, me sorprende que haya aceptado.

[Julieta]
Aún no sé qué masoquista y retorcida parte de mi cerebro ha dicho que sí. Tendría que haber fingido tener prisa, haber dicho que tenía que estudiar o no haber dicho nada en absoluto. Pero tendría que haber dicho que no. Tonta, tonta, tonta, tonta, tonta.

Pero si me paro a mirarle dos veces vuelvo a estar presa de él; de sus ojos, de su sonrisa, de sus brazos, de su olor, de sus bromas... Y al parecer la parte masoquista de mi cerebro es más grande de lo que pensaba, porque sin comerlo ni beberlo he acabado cenando con él. No sé por qué he pedido una hamburguesa, así que me encuentro con la boca llena y él riéndose a carcajadas. Si viera las pintas que tiene con su hamburguesa de dos pisos. Me convulsiono mientras río y un mechón corto se me viene a la cara. Tengo las manos llenas de grasa, así que hago aspavientos para intentar recolocarlo. Él se ríe y se limpia las manos con su servilleta (la mía está ya muy manchada); arrima su silla a la mía y con mucho cuidado, como si fuera de porcelana, toma el mechón rebelde y lo sitúa detrás de mi oreja.

No lo ha notado, pero se me ha puesto la piel de gallina.

[Romeo]
Espero que no se haya dado cuenta de que tengo la piel de gallina. Fija su mirada con la mía, y yo me pierdo en sus ojos, que a la luz artificial se vuelven de un gris más metálico, como mercurio. Sólo treinta centímetros separan nuestras bocas.

Veinte. Diez.

La paso una mano por la nuca y la atraigo hacia mí.

Cinco centímetros. Oigo su respiración agitada y nerviosa.

Pone su mano sobre mi pecho y entrecierra los ojos.

Dos centímetros.

La beso.

8.05.2012

Fotos Antiguas (V)

[Romeo]
En algún momento de la confusión y los tartamudeos hemos acabado dando un paseo juntos. Por supuesto, lo primero que ha hecho ha sido comentar lo mucho que he cambiado, pero pronto ha descubierto que, por mucho que haya cambiado mi aspecto físico, sigo siendo el mismo tío que la rompió el corazón un nublado día de primavera. Así que ha tenido que ser ella la que rompa el hielo, preguntando qué tal me ha ido.

La he contado la verdad; que pasé un año más bien pésimo después de romper, casi siempre encerrado en casa y dejando mis estudios de lado. Noto que la ha entristecido oír eso, así que rápidamente paso página; según fueron pasando los meses, y los días me iban arrastrando lejos de mi propio agujero negro volví a salir; conocí a una chica, Patricia, y la pedí salir al poco de empezar a quedar. Noto que eso la anima mucho más, aunque parece algo nerviosa. Obviamente ella sí ha pasado página, así que es natural que se alegre por mí. Claro que hay muchas cosas que no la cuento.

[Julieta]
Sé que debería alegrarme por él, y ciertamente me ha gustado oír que salió del agujero negro, pero el oír que ha estado con otras chicas hace que me tense; resoplo para mí: ni que fuera asunto mío. Con suerte, no se ha dado cuenta, así que sigo escuchando cómo me cuenta sus días sin mí mientras hago comentarios puntuales y suelto risas falsas.

-Bueno, y... ¿Qué ha sido de tu vida? Yo llevo hablando siglos ya.
Noto que se me encienden las mejillas, cosa que él confirma haciendo un comentario sobre de ello, y empiezo a tartamudear antes de poder hilar dos frases. Él se ríe (mientras me baja un escalofrío por la espalda) y me pasa la mano por la espalda, intentando tranquilizarme (obviamente su contacto no me tranquiliza en absoluto). Sea como sea, consigo hacer de tripas corazón y comienzo a contar mi parte.

Después de que se marchara, yo también lo pasé mal; no obstante, y supongo que se puede decir "con suerte", mis hermanos no me dejaron sola ni un segundo. Conociendo mis antecedentes y mi problema, me obligaron a salir y a relacionarme, con lo que volví a ser yo (ser al que no considero normal, pero digamos que al menos pienso con raciocinio) en cuestión de relativamente poco tiempo. Mateo, mi mejor amigo desde que me cambié de colegio se me declaró y estuvimos saliendo siete meses. Naturalmente, no aguanté, y acabé saliendo por patas cuando quiso que me fuera de vacaciones con él. Gracias a Dios, conseguimos mantener la amistad, y él pasó página rápido. Yo no resulté especialmente afectada. Empecé a salir con otros dos chicos más, pero ninguna de esas relaciones duró lo suficiente como para llamarse "noviazgo"; desde entonces estoy soltera. Y sola, muy sola. Claro que eso no se lo cuento a él.

[Romeo]
-Pues me alegro muchísimo de que te haya ido bien, en serio, es bueno oírlo.
Finjo una sonrisa.

[Julieta]
Suelto una risa falsa.
-A mí también me alegra oír que has estado feliz, sí.

Ninguno de los dos somos capaces de mirarnos a los ojos.

Fotos Antiguas (IV)

[Julieta]
No me puedo creer que sea él. ¡Casi no se le reconoce! Se ha dejado el pelo muchísimo más largo que cuando estábamos juntos, que lo llevaba casi rapado; ahora le llega por debajo de las orejas, y debió seguir mi consejo, porque se ha peinado el flequillo de lado. Está guapísimo. Por otro lado, ha perdido algo de peso y ha debido ir al gimnasio, porque, incluso con el abrigo puesto, se le nota más musculado. Ha cambiado su estilo de vestir por completo, y ahora por fin va bien vestido; hasta tiene estilo, me atrevería a decir.

Con todo, todavía sigue teniendo esa graciosa sombra en el bigote con la que solía picarle, y sus ojos siguen siendo del mismo color café que cuando capturaban mi mirada hasta altas horas de la mañana.

[Romeo]
No ha cambiado en absoluto. Es cierto que lleva el pelo un poco más corto, y que ha debido hacer ejercicio, porque se la ve más tonificada, pero parece que el tiempo no haya pasado por ella. Sus ojos siguen siendo del mismo color gris azulado del mar durante el crepúsculo, y sus labios carnosos siguen teniendo pequeñas grietas por falta de hidratación. Me pregunto si se seguirá poniendo histérica cada vez que ve un bicho.

[Julieta]
Trato de salir del estupor inicial, en el que me da la sensación que llevo sumergida horas, y sonrío, tratando de disimular que estoy híper ventilando con una risa ahogada.
-Ho-ho-hola...

[Romeo]
Oír su voz de nuevo despierta algo en mí. Pensé que ya la había olvidado, que sólo quedaba en mí el recuerdo de su fantasma, pero ahora que está delante mío, todo es distinto.
-Hola.

8.04.2012

Es hora de ser feliz

Los últimos acontecimientos le han dado la vuelta a tu mundo; esa presión en tu pecho no ha hecho sino aumentar a cada minuto, hora y día. Por motivos de deliria has optado por el camino que te hace arrastrarte, hiriéndote a cada paso, siendo consciente de que, al final del camino, toda la lucha habrá sido en vano, puesto que no hay más que un precipicio por el que únicamente puedes dejarte caer. Sin opción a volver atrás.

Como cada vez que tomas una desviación, has tenido muchas otras para elegir; no obstante, y teniendo eso en cuenta, has elegido la senda oscura. Has tenido la oportunidad de analizar las otras sendas, de darte cuenta de cuánta luz y comodidad te ofrecían. Y aún así, has elegido la que te hace ponerte de rodillas. Estás siguiendo a alguien que te confunde, te hiere y te ignora, porque en el fondo crees que no habrá nadie igual. A lo mejor éso es lo que debería impulsarte lejos. 

Contra todo pronóstico, un trébol de cuatro hojas se ha colado en tu bolsillo trasero y te ha estado siguiendo. El dragón de las historias de aventuras, el artista que se para a pensar de dónde venimos y hacia dónde vamos; él, que tantas luchas internas tiene, las ha dejado todas de lado por ti, por seguirte y ayudarte en tu viaje. Y ahora que estás de rodillas, exhausta, tirada en medio del camino, ha salido para recordártelo. Y tomas una decisión.

Ya es hora de dejar sufrir por algo que no merece la pena, y empezar a soñar con alguien que no sólo te promete el cielo y las estrellas, sino que te está ayudando a llegar hasta él. Ya es hora de dejar aquello que te causa dolor y dejarse acunar por alguien que te promete paciencia, empatía y cordialidad. Es hora de ir por el camino del que está dispuesto a esperarte, sin meterte prisa y dejándote claro que va a dar todo lo que tiene para que tu camino se vuelva siempre luminoso.

Es hora de dejar de perseguir un sueño vacío, lobos con piel de cordero. 

Es hora de ser feliz, con aquel que es capaz de hacerlo.

8.03.2012

Fotos Antiguas (III)

[Julieta]
La verdad es que aún no comprendo del todo qué hago aquí. Quería despejar la mente, así que he cogido el coche y me he dedicado a recorrer calles aleatoriamente. Pero el destino no es aleatorio, porque sólo puede ser obra de mi cruel subconsciente el haberme devuelto aquí. Para ser sincera, creo que no había pisado el Retiro desde que lo dejamos. En cualquier caso, aparco el coche donde puedo y me interno en la zona más frondosa del parque, aquella donde pasamos uno de los mejores días que ha visto la historia de este mundo. Me gustaría haber guardado el vídeo, pero recuerdo que le pedí a Carlos que se lo llevara, junto con todas sus cosas; es increíble lo mucho que te puedes aprovechar de la inocencia de tu hermano pequeño.

Cruzo el pequeño puente que atraviesa el arrollo y me siento en un árbol de tronco ancho. Durante un rato me dedico a mirar alrededor, contemplando los patos que se acercan a un chico que les está lanzando migas de pan.

[Romeo]
No sé en qué demonios estaba pensando cuando decidí volver al parque; he estado dando vueltas como un idiota, y he acabado comprando un poco de pan para los patos. Me permito el lujo de comer yo un poco, mientras les lanzo algo de miga a tres patos que se han arremolinado a mis pies, desde su lado del puente.

Se me acaba la comida y los patos se quedan mirándome, decepcionados. Al cabo de un minuto, cuando acaban aceptando que no les voy a dar más de comer, se vuelven al agua y se alejan, graznando. Les observo desaparecer en el arrollo y miro a mi alrededor. Esta es sin duda mi parte favorita del Retiro; es la más frondosa, y verdaderamente sientes que te puedes perder entre la maleza. Hay una chica sentada al pie de un árbol de tronco ancho. Me llama la atención que lleve capucha a pesar de que ya haya salido el sol. La chica levanta la vista y capturo sus ojos.

Oh, no.

[Julieta]
El chico de las migas de pan se dedica a mirar en círculos, claramente pensativo. La manera en la que se apoya en la barandilla me resulta familiar. Sigue mirando a su alrededor y entonces se da la vuelta.

Oh, no.

Hipócrita por orgullo

Ahora que todo se ha acabado, tendrás que empezar a jugar al juego del orgullo. Harás como que todo te va estupendamente, que la vida te sonríe, que eres capaz de reír de nuevo, que el pasado sólo es una pequeña e inofensiva cicatriz en tu costado. De nuevo, te encerrarás detrás de tu propia muralla y no dejarás que nadie la traspase. Ellos verán lo que tú quieras que vean.

Y mientras tanto, le espiarás desde las sombras, preguntarás a vuestros amigos qué tal le va, si sigue hablando de ti, si te añora tanto como tú a él. Soñarás con sus abrazos, sus caricias, sus dedos entrelazados con los tuyos; seguirás pensando en él cuando te aburras y estés intentando estudiar, cuando te pongas a leer, o abras el cajón de la mesilla y su perfume invada tus fosas nasales. Harás todo eso y más, detrás de tu muralla de piedra helada. Desde fuera, lo habrás superado. Dentro, nada habrá cambiado, y seguirás despertándote en medio de la noche con los ojos mojados y las pestañas pegadas entre sí, llena de sudor en pleno invierno y muerta de frío en verano.

Pero no importa, porque desde fuera, tú eres mucho más fuerte que eso; y de todas formas, nadie se parará a analizar si estás bien o no. Pasarán de largo, como de costumbre, o te preguntarán por cortesía y tú contestarás "Bien" seguido de algún icono sonriente.

Una vez te llamaron hipócrita, y fue una de las cosas que más te dolieron de todas las que te han llamado. Se supone que tú luchas contra la hipocresía, pero ahora te estás uniendo al lado oscuro. Por aparentar algo que no tienes, hasta que el tiempo aplaste los recuerdos y seas capaz de dejar de hacerte daño a ti misma. Hasta entonces, dejarás que el dolor se apodere de tu esencia y la haga suya.

Serás hipócrita por orgullo.


Promesas vacías

Un día más, y ahí estás tú, arrastrándote de nuevo. Sabes que mereces algo más, algo mejor, que no es justo, que estás haciendo el tonto. Y aún así, ahí estás, perdiendo la dignidad una vez más porque nada importa si él no está ahí contigo. Intentas parecer firme, como siempre que escribes, y hacer que parezca un ultimátum; sabes que aceptará.

Pones el punto a la frase y pulsas "Enviar". Ahora, toca esperar.

Pasan los minutos y no hay respuesta. Te empiezas a mordisquear el pulgar, pero achacas la tardanza a que probablemente no haya abierto ese programa. Los minutos se convierten en horas, y mientras intentas mantenerte distraída sigues pensando en excusas, cada vez peores, por las que no ha respondido. Te sigues mordiendo el pulgar; se te engancha un pellejo en los aparatos y te haces sangre. Maldices. Sigues esperando.

Ya han pasado dos días. Y sigues mirando una pantalla en blanco, esperando a que llegue la llamada entrante, un mensaje instantáneo o cualquier tipo de señal. Pero nada de eso llega. Estás mirando una pantalla en blanco, y mientras una lágrima te resbala por la mejilla y te cae en la clavícula, te resignas a aceptar que en esa pantalla no volverá a haber un rostro mirando de vuelta al tuyo.

Pensabas que él aceptaría tu oferta; que haría lo que siempre ha hecho, volver a rodearte entre sus brazos, contra su pecho; que te dejaría volver a escuchar su respiración profunda cada vez que apoyaba la cabeza en tu hombro, que no te abandonaría.

Pensabas que, de todas las promesas vacías que te hizo, ésa sería la única que no incumpliría.


8.02.2012

Fotos Antiguas (II)

[Romeo]
Llego a casa y dejo las llaves en el cuenco de la cómoda; me quito el abrigo y lo dejo colgado en la bañera para que se seque; menuda la que está cayendo. Tengo el pelo empapado, pero con el día que llevo me da igual. Hay algo que me está presionando el pecho, que me turba la mente, pero no consigo averiguar qué es.

Me recuesto en el sofá y me echo una manta por encima; pongo la tele, pero en seguida me aburro, así que voy a mi colección propia de películas y me pongo a buscar algo entretenido para ver. Recuerdo haber visto la mayoría hace poco, así que me voy directamente a los discos más antiguos; ojeo los títulos y paso las hojas rápidamente, pero hay una que me detiene en seco. "Romeo & Julieta". Ése era nuestro mote cuando estábamos juntos. Saco el disco y lo introduzco dentro del reproductor.

Cinco de septiembre. Siempre me pregunté por qué preferiría las fotos antes que las películas caseras; ella decía que las fotos capturaban momentos más mágicos, pero para mí no hay nada en el mundo más mágico que verla a ella corretear por el Retiro con su preciosa trenza medio deshecha. Se ríe y se tapa la cara con las manos, gritándome que apague la cámara. Me da rabia no recordar qué fue lo que la hizo reír tanto, pero se me pasa en seguida. Ahora salgo yo en escena, puesto que me ha arrebatado la cámara en uno de sus movimientos ninja. Saco la lengua al objetivo y alargo las manos para hacerla cosquillas. Consigo recuperar la cámara y me la acabo colgando del cuello, sin apagar. Me abraza por la cintura y yo la paso la mano por el pelo, consecuentemente llevándome un reproche. Bajo la mano a su cintura y la beso.

La cámara sólo muestra nuestros cuellos, pero recuerdo ese beso como si hubiera sido el primero. Sus labios cortados, que se humedecían según mi saliva los empapaba; sus manos pequeñas pero fuertes, acariciándome la espalda con delicadeza, su pelo, que se me metía en los ojos cuando había viento. Lo recuerdo todo de ella.

Los cuerpos del vídeo se separan, y ella vuelve a salir corriendo. Me sale una sonrisa involuntaria y me pregunto:
¿Qué habrá sido de la pareja del vídeo?

Cuentos de medianoche

Te apoyas en el alfeizar de la ventana y contemplas las estrellas. Alguien una vez te dijo que era gente que se había marchado, así que te dedicas a buscar a la que brilla más que el resto, porque sabes que es la que te pertenece. La persona que se fue de tu lado, a pesar de haber prometido no hacerlo. 

Miras la hora y sabes que si no te acuestas pronto tu madre se enfadará, así que te recuestas en la cama con los brazos estirados y miras al techo. Te imaginas tu cielo de estrellas, en las que todas se alinean unas con otras para formar un rostro; el rostro se agranda hasta formar un cuerpo, y ese cuerpo desciende hasta tu lado y te arropa. Son estrellas imaginarias, pero por alguna extraña razón, esos brazos ejercen peso sobre tus hombros; las manos provocan escalofríos al recorrer tu piel y los labios te hacen doblar los dedos de los pies. 

Abres los ojos. Las estrellas se han ido. Sólo estás tú y tu almohada mojada con lágrimas del pasado. Te sientas, ignorando el dolor de tu espalda al erguirte, y te apoyas contra la pared, justo en la esquina. Miras al techo, y las estrellas vuelven a aparecer; esta vez, sin embargo, no forman el rostro sonriente que esperabas, sino uno frunciendo el ceño, gritando, dando puñetazos al aire y a la cama, llorando. Te estremeces y tiemblas de terror. ¿Dónde está tu estrella? <<Es esa misma que estás mirando>>, dice una voz maliciosa de tu interior. 

Desde entonces, has dejado de mirar las estrellas por las noches; ya no te las imaginas en el techo de tu cuarto, ahora sólo ves oscuridad y sombras. 

Ya no pides cuentos de medianoche.