8.27.2012

Va a estar bien (I)

Hace días que Marcos está muy raro; aparentemente, nada ha cambiado, y por fuera parece que simplemente vamos cogidos de la mano, andando como cualquier pareja normal. Pero no es así. Es cierto que vamos cogidos de la mano, y dibuja esa bonita sonrisa cada vez que me dirige una mirada cariñosa, pero sé que hay algo que le lleva rondando la cabeza varios días. Está ausente, y aunque noto que se esfuerza por tener los pies en la tierra, en cuanto nos quedamos en silencio unos minutos, su mente se va volando, a miles de kilómetros de mí; se encierra en su estudio con la guitarra o el teclado durante horas y horas, tocando siempre el mismo tema, uno que nunca me ha enseñado. Estoy preocupada.

Le he preguntado si quiere parar a tomar un café, pero no me ha escuchado. Llevamos caminando unos tres cuartos de hora, y no ha abierto la boca en todo el camino; me siento impotente, es evidente que no puedo hacer nada. Hundo un poco los hombros, aflojo mi mano de su agarre y la meto en el bolsillo del abrigo. Suelto un profundo y largo suspiro. Entonces, él parpadea fuertemente, como saliendo de un trance, se para en seco y me mira, frunciendo el ceño, interrogativo. Arqueo las cejas y frunzo los labios, encogiéndome de hombros. Mi mirada ya no es interrogante, como lo era hace varios días, sino que muestra cierta desesperación. ¿Cuánto sé de él, al fin y al cabo? No nos conocemos desde hace algo más de medio año, y aunque yo estoy profundamente enamorada de él (y sé con certeza que él también lo está de mí), no sé gran cosa de su pasado. Conozco todos sus gustos, sus secretos, sus pesadillas y sus sueños, pero en lo que concierne al pasado, a su historia... No sé gran cosa. Y me temo estar perdiéndolo.

Me hundo en sus ojos azules, profundos y brillantes, como el curso bajo de un río en primavera. Agacha la cabeza y suspira, restregándose con fuerza los ojos. Alarga el brazo y toma mi mano, suavemente dibujando círculos con el pulgar en el dorso. Estiro la comisura izquierda y esbozo media sonrisa; me pongo de puntillas y le doy un beso, suave, tierno. Él me retira un mechón de pelo rebelde que se ha descolocado de su sitio con la mano que tiene libre y me atrae hacia sí para darme un abrazo, besándome la coronilla.

-Ven conmigo -murmura-; sentémonos un rato.
Caminamos hasta la puerta más cercana del Retiro y nos sentamos en un banco cercano, a la sombra cálida de una fila de árboles jóvenes. Se inclina hacia delante y se apoya en las rodillas, mirando al suelo. No sé si marcaré una diferencia haciendo esto o no, pero me arrimo un poco a él y le pongo la mano en el hombro, intentando hacerle saber que estoy con él.

-En una vieja escuela -comienza-, en un sitio no tan lejano, hubo una vez una pequeña pandilla de cuatro amigos; tres chicas y un chico. Estaban siempre juntos, tanto en el trabajo como en su tiempo libre.

Hace una pequeña pausa. Se yergue y me mira a los ojos.

>>Bien, pues esta es mi historia.

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