11.16.2012

Colapso

Ha sido una semana muy intensa, y la poca energía que llevabas encima se ha agotado por completo. Por fin llegas a casa y te sientes libre, contenta porque el pasado ya no duele, y con ganas de hacer algo tranquilo; así que enciendes el ordenador y decides poner una película, pero pasas por Internet justo antes, para ver si hay alguna novedad. Entras en su perfil de casualidad, porque es de los últimos que te aparece en las menciones y sientes curiosidad por saber si ha escrito algo, ya que nunca lo hace. Y vaya si lo ha hecho.

Empiezas a leer tandas y tandas de mensajes, ciento cuarenta caracteres dirigidos hacia la misma persona, y exactamente de la misma forma que lo hacías tú: indirectamente. Pero, lógicamente, sabes perfectamente quién es el destinatario de esos mensajes, de esas palabras que te mencionan, y no te queda otra alternativa que visitar el perfil que llevas tanto tiempo sin abrir, habiendo conseguido dejar el pasado en el pasado y hacer algo con el presente y el futuro. Y lees las contestaciones.

Insultos a la persona que quieres, insultos hacia ti misma, palabras envenenadas, rencorosas, escritas con sangre, abriendo heridas que ya estaban más que curadas, hincando el diente donde más duele. Y con los recuerdos, vuelven las sensaciones. Un temblor violento y constante se apodera de tu cuerpo, oprimiéndote el pecho e impidiéndote respirar. Sientes el estómago del revés, y no tardas mucho tiempo en correr al baño a devolver todo lo que llevabas dentro. Y entonces comienzan las lágrimas. Se te taponan los oídos y no sientes el frío que entra de la ventana abierta, eres esclava del temblor y el dolor.

¿Quién se han creído que son? O mejor dicho, ¿quién se han creído que eres ? Entablando conversaciones insultándose (uno más que otro), hablando de ti a tus espaldas sin ser siquiera consciente, desenterrando el pasado. Y lo peor, atacándote. ¿Qué necesidad hay de hacerte sentir tan... miserable? No necesitas que nadie te recuerde lo que ya sabes, que no sabes quién eres y que eso te duele. Y lo que es más, tampoco necesitas que nadie hurgue en la yaga, porque la sientes en todo su esplendor tú solita. Después de muchos meses de auto-reparación, defensa y curación emocional, este ataque te atraviesa el pecho como un cañonazo. Después de conseguir salir del pozo, te empujan hasta el mismísimo fondo.

Y te colapsas.

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