11.18.2012

Merece la pena

La magnífica violinista que prometió tocar conmigo hace... veinte minutos ya, según compruebo en el reloj de pared del aula, sigue observando en silencio. Por el rabillo del ojo he visto que ha hecho varios ademanes de entrar, pero finalmente no se ha decidid, así que sigo tocando solo. ¿Por qué no entra ya? Me duelen las manos, y no sólo eso, sino que estoy cansado, mucho. Con todo el tiempo que he estado improvisando yo mismo antes, lo que he pasado escuchando a la violinista -cuyo nombre desconozco, ahora que caigo-, y la otra tirada que he tenido que improvisar delante de ella, no puedo más. Noto el cansancio acumularse de cada uno de mis músculos, contrayéndose y suplicándome que pare; las manos se me agarrotan y cada nota me cuesta más que la anterior. Estoy en medio de una frase, pero la cambio súbitamente y comienzo a hacerla mucho más lenta, decidido a parar en cuanto resuelva. Me rindo. 

Entonces la respiración de la violinista se condensa, y me permito retirar la vista del teclado para comprobar, maravillado, cómo lleva el violín hasta su cuello y coloca el arco en posición; la frase está a punto de terminar, y he ido ritardando progresivamente, de tal manera que casi estoy en la tónica. Y justo cuando el piano canta la tónica, la sala se llena con el timbre del violín. Hace sonar la misma tónica que he dado yo, y alarga el sonido como un grito ahogado. La emoción me embarga y decido desarrollar esa última nota en una secuencia de escalas encadenadas; es un procedimiento muy típico, pero no deja de ser bello, y ella comienza a desarrollar su propia melodía.

Sin embargo, no es como yo esperaba. La música que emite el violín no deja de ser preciosa, sigue sonando a... ella, pero ha perdido esa magia de la que me enamoré cuando la oí en solitario. Me descuido y toco una nota falsa, creando una disonancia y haciendo que ella vacile también; rápidamente corrijo mi error y modulo, consiguiendo "tapar" un poco el gazapo; pero ella no modula conmigo. Tarda un rato en reconocer la nueva tonalidad, y para cuando lo hace, nuestra melodía, nuestro pedazo de magia, ha dejado de sonar bien. 

Con un chirrido, la violinista baja el arco y deja escapar un suspiro; yo dejo la frase a medias y también bajo las manos. Agachamos la cabeza al unísono, y a mí se me hunden los hombros. Cuando levanto la cabeza, sin embargo, veo que ella parece aún más afectada. 
-Yo... lo... lo siento. 
Me levanto y la acaricio el brazo.
-Eh, tranquila, no pasa nada.
-Pero ha sido un desastre -dice, las lágrimas acumulándose a sus ojos.
-Lo sé -respondo-. Pero da igual.
-¿Por qué?
-Porque practicaremos; vamos a arreglar los errores, y crearemos una obra maestra, te lo prometo.

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