11.25.2012

Merece la pena (II)

Parece que lo que le dije ha animado a la violinista. Hemos empezado una especie de juego muy interesante; ella hace un poco de su magia, en solitario, y yo contesto; y así durante unos cuantos días (llevamos quedando para tocar cosa de dos semanas), intercambiando motivos e ideas por solitario, y al mismo tiempo, juntos. Es difícil de explicar. No tocamos a la vez y, sin embargo, estamos creando algo especial juntos.

Es como un juego de indirectas, ella me dedica una parte de su alma y yo le compenso con otra parte de la mía; no es un canon, improvisamos cosas diferentes, pero a la vez podría formar parte del más ingenioso de los dúos. No podría describirlo o analizarlo si me lo pidieran, ya que la única palabra que me viene a la mente es "increíble". Con todo, hace un rato que he dejado de escuchar la música, para pasar a oírla nada más; mi concentración está acumulada en el sentido de la vista, y tengo que hacer un esfuerzo por no perder el hilo de nuestro juego mientras la contemplo.

Es rubia, y su pelo sedoso brilla como una baliza de paja en el campo, recogido en una trenza; me pregunto si el contraste con el mío, castaño oscuro, sin orden ni concierto, será igual de armonioso que nuestra música. Por alguna razón, toca todo el rato de pie, y se me ocurre que me gustaría descubrir todas sus manías; también quiero contarle las mías. Memorizo todas las líneas de su figura, desde la suave forma de sus pómulos hasta la línea de su cuello, en tensión mientras toca. Abandono el plano de la música, así como el de la realidad y viajo a una nueva dimensión. Sólo estamos ella y yo, violinista y pianista, en ningún lado y en todas partes.

Y entonces fallo. Mi incoherente y repentina obsesión por fusionarme con ella, con todo lo que es y lo que representa, ha hecho que descuide mi objetivo y que pierda el raciocinio. No ha sido una simple nota falsa, sino un gran fallo. He dejado de mirar el teclado y he errado un acorde, creando la mayor disonancia posible. El halo de magia que nos envolvía se deshace tan rápido como lo hemos creado, y la atmósfera se vuelve incómoda y hostil. Ninguno de los dos dice nada, pero nos miramos a intervalos, retirando la mirada cuando nuestros ojos coinciden. Me siento avergonzado. Y ella parece dolida.

Es obvio que todo se ha acabado, que la maravillosa obra de arte que queríamos crear ha tocado su fin antes de haber empezado a cobrar apenas forma. Puede sonar exagerado, pero tengo ganas de llorar; me levanto abruptamente y me dirijo hacia la puerta a grandes zancadas.

Entonces ella me alcanza y me detiene, poniendo una mano sobre mi hombro.
-El ser humano comete errores -dice, regalándome una sonrisa débil pero tierna-; pero hay que aprender de ellos. Sólo los cobardes se rinden.
-Yo no soy un cobarde -afirmo.
-Entonces volvamos a intentarlo -murmura, tomándome de la mano y tirando de mí-. Merece la pena volver a intentarlo.

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