3.01.2013

El sueño II

Un rápido vistazo por la ventana me informa de que la ventisca no ha hecho más que ir en aumento, y el amortiguado ruido de tazas me dice que los demás ya están desayunando. Después de una noche en vela esporádicamente interrumpida por pesadillas, la mañana se ha echado sobre mí para obligarme a hacer cara a mis mejores amigos. Y a Oskar.

Tengo el peor aspecto que probablemente haya tenido la desgracia de lucir jamás y la cabeza me da vueltas; el detalle no se le escapa a ninguno, pero todos hacen como que no se dan cuenta y reprimen todos los signos que dejen ver que sienten lástima por mí - probablemente oyeron mis gritos anoche. Peter y Angela, que sostienen una taza de algo humeante con una mano mientras se cogen de la otra, me dan los buenos días con su sonrisa más cálida; Marco tiene cara de malas pulgas y dirige miradas furibundas al blanco paisaje exterior, probablemente maldiciendo por no poder salir con su hermano a esquiar, pero también ablanda el gesto al hacer mi entrada. Oskar aparece de debajo de la pila con las manos llenas de grasa; el grifo ha debido de congelarse. Me mira durante una fracción de segundo, sus intensos y claros ojos azules absorbiendo cada partícula de mi cuerpo, para bajar la mirada después; murmura un saludo y concentra toda su energía en evitarme el resto del desayuno. Yo me sirvo una taza de chocolate caliente y hago lo propio.

Después de una incursión al baño he comprobado que mi aspecto es bastante peor de lo que pensaba, y mi dolor de cabeza ha creado un ceño fruncido permanente; decido que lo mejor será tomarme un analgésico y desaparecer debajo de las mantas hasta que la tormenta remita y cada uno vuelva a su cabaña. De tal manera, voy a la cocina, sólo para recordar demasiado tarde que Oskar sigue trabajando en ese grifo.
-Hey -saludo/carraspeo.
Da un pequeño salto, sobresaltado, y saca la cabeza de la pila.
-Hola -musita-. ¿Qué tal estás? -añade por fin, después de una pausa.
El dolor y la culpa me apuñalan por dentro por lo que pasó anoche, y sé que él también se siente así, sin merecerlo, así que intento levantar un poco los ánimos.
-Bueno, he estado mejor, pero si lo comparamos con la vez que perdí el control de la tabla y me estampé contra aquel pino, entonces se podría decir que estoy genial.
Mi broma surte efecto y una preciosa media sonrisa cruza su rostro, iluminando sus ojos, y dejando escapar una risa. Tiene el pelo hecho un desastre, manchado y apuntando a todas las direcciones, la cara manchada de grasa y sudor y los labios cortados por el frío, pero cada vez que me sonríe me vuelvo a enamorar de él como si fuera la primera vez. Me pregunto si él sentirá lo mismo, si pensará que estoy guapa con el pelo enmarañado, ojeras profundas, el rostro demasiado pálido y un ligero color enfermizo. Probablemente no.

En cualquier caso, hacemos un corto intercambio de frases banales, cojo mi pastilla, la ingiero y me despido sin más demora. Puede que sea culpa de la fiebre, o que, como muchas otras veces, esté soñando despierta, pero antes de salir de la cocina, Oskar dice:
-Karo, estás preciosa.

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