Tic, tac.
Las manecillas del reloj resuenan en tu cabeza como si de la cuenta atrás de una bomba se tratase. Y es que así podría ser, perfectamente. Puedes sentir a la Sombra acechándote desde hace semanas, y te obligas a mirar al frente, sencillamente porque no te hace falta darte la vuelta para sentir su gélido aliento sobre tu nuca. Se va acercando, como el estallido de una bomba, el final de una sinfonía, el día del Juicio. Un juicio en el que no hay culpa ni culpables pero sí castigo. Y como granos de arena cayendo por el reloj, sabes que el tiempo se acaba.
Tic, tac.
Puedes sentir a la Sombra haciéndote cosquillas, penetrando en tu alma para acabar con ella; y está jugando sucio. Sabe que tus fuerzas flaquean, que el tren está a punto de pararse en seco, y ha decidido enviar un comisario para destruirte. La ira recorre tu sangre al igual que mercurio caliente, empapándolo todo, expandiéndose, buscando un recoveco por el que salir y arrasarlo todo. Y los emisarios del demonio siguen apretando botones peligrosos, empujándote contra las cuerdas, provocándote con sus sonrisas de payaso para que dejes que la Sombra se haga cargo de tu sistema y pueda liberar a la bestia, dejar que la bomba estalle para destrozarlo todo con su metralla.
Tic, tac.
Intentas mantenerte distraída como sea, canalizar la adrenalina de forma segura, pero puedes sentir cómo el veneno asciende por tus venas, emponzoñando tus sentidos, doblegando tu voluntad sin tener la compasión de nublar tu raciocinio. Los susurros de la Sombra se vuelven más y más tentadores, su voz una promesa de terciopelo rojo. <<Te has estado resguardando en tu maltrecha coraza demasiado tiempo>>, te recuerda, <<y sabes que quieres volver a mis brazos>>. Igual que Atlas, sostienes el mundo, tu pequeño pero pesado mundo, sobre tus desgastados hombros. Te mantienes estoica, impertérrita, de piedra por fuera mientras se cuece la hecatombe por dentro. Resistes los golpes.
Pero se te acaba el tiempo.
Tic, tac.
Un Poco De Todo
Bienvenido al mundo de mis sueños y pesadillas; lo que ves, es lo que hay, y si no te gusta, no mires. Puede que no sepa volar, pero sé escribir, y eso, algún día, me hará libre.
5.21.2015
5.18.2015
Versos agridulces
Con cada día que pasa
Pienso que me iré
olvidando
Pero cada vez que
pasas
No recuerdo lo que
estoy pensando.
Y si se me concede un
milagro
Vienes a mi lado y me
sonríes,
Y da igual que no sea
rato largo,
Que hasta mis huesos
son felices.
Y me río mientras
lloro porque
Todos los versos que
suspiran mis labios
Deberían estar
volando por tu piel
Y no encerrados en mi
diario.
Queda poco ya de esta
felicidad agridulce,
Y no sé qué es lo que
más me amarga,
Si el pensar que
nunca serás mía
O que podrías serlo
Y no hice nada.
12.24.2014
Luces de Navidad
Es curioso como la vida hace lo que quiere con nosotros, y aun así nos empeñamos en creer que nos pertenece. Hay tantas cosas que han cambiado, y sin embargo, tantas otras que siguen iguales... Hace un año las cosas eran diferentes, pero, curiosamente, también eran iguales.
12.20.2014
No lo intentas
Lo único que puedes hacer es mirar fotos viejas en el móvil, repasar mentalmente todos los momentos en los que dijo que jamás te abandonaría, y preguntarte, con cada suspiro, por qué lo hizo. Aunque realmente sabes que es una pregunta estúpida; sabes perfectamente por qué. Solo que no pensbas que incluso él dejaría de creer en ti.
Lo más doloroso son los mensajes de "ni siquiera lo intentas". Si ellos supieran lo que es intentarlo. No te ven mejorar, por lo que deducen que no lo estás intentando, pero la realidad es muy diferente. La realidad es que ellos ven la mejor versión de ti, todos tus esfuerzos reunidos en no acabar con todo, en no emperorar a la velocidad a la que las voces querrían. Intentarlo es encadenarte a la barandilla del puente cada vez que tienes que cruzarlo, clavar las uñas en la mesa cuando la ventana se vuelve una tentación, obligarte a mirar en cada paso de cebra. Pero eso ellos no lo ven. No pueden, al fin y al cabo. Pero aun así no deja de ser injusto que te reprochen no intentarlo. Es como una patada en el estómago. Pensabas que lo entendían, pero parece que no.
El problema no es tu actitud frente al problema, no cuando el monstruo contra el que tienes que luchar eres tú misma. El problema es que incluso esa persona que te juró jamás apartarte de tu lado te culpe de no ser capaz de vencer. ¿Sabéis qué es lo peor de luchar contra ti misma? Conoces todos tus movimientos. Seguir viva ya no es suficiente como intento, al parecer. Tú no eres suficiente. Y sin embargo, aquí sigues, intentándolo, aunque no sea suficiente. Por el recuerdo agridulce de un fantasma, por la promesa que le hiciste. Le prometiste sacrificar tu felicidad en pos de la suya, porque es lo único que importa; le prometiste que te quedarías siempre.
Y aun así, todavía tienen el coraje de decir que no lo intentas.
Lo más doloroso son los mensajes de "ni siquiera lo intentas". Si ellos supieran lo que es intentarlo. No te ven mejorar, por lo que deducen que no lo estás intentando, pero la realidad es muy diferente. La realidad es que ellos ven la mejor versión de ti, todos tus esfuerzos reunidos en no acabar con todo, en no emperorar a la velocidad a la que las voces querrían. Intentarlo es encadenarte a la barandilla del puente cada vez que tienes que cruzarlo, clavar las uñas en la mesa cuando la ventana se vuelve una tentación, obligarte a mirar en cada paso de cebra. Pero eso ellos no lo ven. No pueden, al fin y al cabo. Pero aun así no deja de ser injusto que te reprochen no intentarlo. Es como una patada en el estómago. Pensabas que lo entendían, pero parece que no.
El problema no es tu actitud frente al problema, no cuando el monstruo contra el que tienes que luchar eres tú misma. El problema es que incluso esa persona que te juró jamás apartarte de tu lado te culpe de no ser capaz de vencer. ¿Sabéis qué es lo peor de luchar contra ti misma? Conoces todos tus movimientos. Seguir viva ya no es suficiente como intento, al parecer. Tú no eres suficiente. Y sin embargo, aquí sigues, intentándolo, aunque no sea suficiente. Por el recuerdo agridulce de un fantasma, por la promesa que le hiciste. Le prometiste sacrificar tu felicidad en pos de la suya, porque es lo único que importa; le prometiste que te quedarías siempre.
Y aun así, todavía tienen el coraje de decir que no lo intentas.
11.18.2014
El poema del piano
Mi vida siempre ha sido como una montaña rusa, con más tendencia a los túneles que a las alturas, para ser sinceros. Recuerdo un día, hace un par de años, en una de las veces en que mi ancla había tocado todo el fondo que conocía por entonces, en que mi profesora de piano me dio un poema. Lo había plastificado para mí, y tenía un dibujillo abstracto encima del título; se trataba de "No te detengas", de Walt Whitman.
Dicho poema vino a parar a mis manos justo en el momento oportuno; una dosis de optimismo en verso a tiempo de volver a casa mirando por dónde iba, al contrario que en el viaje de ida, en el que un coche despistado hubiera recibido mi más cándida gratitud. A decir verdad es una pequeña estupidez. Poco después descubrí que el poema era bastante más largo del que tenía yo, que sólo se trataba de un fragmento, y que, de hecho, no pertenecía a Walt Whitman; el poema se le atribuye a él pero se ha comprobado que no salió de su pluma y tintero. Eso es lo de menos, naturalmente, porque, aquel día, el susodicho poema penetró en mi corazón como un soplo de aire fresco. Y volví a casa, en efecto, levantando la cabeza en los pasos de cebra, sin lágrimas en los ojos, para poner mi pequeño regalo plastificado encima del piano.
A día de hoy, un par de años después, el poema sigue ahí colocado, mártir de mis insuficientes y a la vez interminables horas de práctica. Sin embargo, de repente ya no es suficiente, y el poema por el que una vez caí rendida ya no hace que me preocupe por los coches de los pasos de cebra.
Dicho poema vino a parar a mis manos justo en el momento oportuno; una dosis de optimismo en verso a tiempo de volver a casa mirando por dónde iba, al contrario que en el viaje de ida, en el que un coche despistado hubiera recibido mi más cándida gratitud. A decir verdad es una pequeña estupidez. Poco después descubrí que el poema era bastante más largo del que tenía yo, que sólo se trataba de un fragmento, y que, de hecho, no pertenecía a Walt Whitman; el poema se le atribuye a él pero se ha comprobado que no salió de su pluma y tintero. Eso es lo de menos, naturalmente, porque, aquel día, el susodicho poema penetró en mi corazón como un soplo de aire fresco. Y volví a casa, en efecto, levantando la cabeza en los pasos de cebra, sin lágrimas en los ojos, para poner mi pequeño regalo plastificado encima del piano.
A día de hoy, un par de años después, el poema sigue ahí colocado, mártir de mis insuficientes y a la vez interminables horas de práctica. Sin embargo, de repente ya no es suficiente, y el poema por el que una vez caí rendida ya no hace que me preocupe por los coches de los pasos de cebra.
11.17.2014
Paranoia
Palabras que no puedes decir, eufemismos para nombrar los tabúes, escondites para lo invisible, mentiras para las verdades. ¿Qué es real? Ya ni siquiera lo sabes. Tanto fingir, tanto ocultar, tantas vueltas sin sentido, te han hecho perder la cabeza. ¿Es posible que sea verdad la mentira? ¿Qué hay de mentira en las verdades? Todo dentro de ti gira como un torbellino en pleno huracán, nada tiene sentido y la confusión es cada vez mayor. ¿Qué demonios está pasando?
Ah, sí, tus demonios, oportuna referencia. Siguen creciendo con cada noche en vela, alimentándose de ti a través de las pesadillas, que ya no acaban cuando te despiertas. Todos se alejan, y los que no lo hacen son expulsados, porque todo es demasiado confuso; no lo entienden. No lo entienden y te tratan como si estuvieras loca, pero no es así. No estás loca. Es solo que el huracán no te deja pensar con claridad. Nada tiene sentido. Empiezas a perder la cuenta de las veces que lloras sangre, cada desgarro de tu alma deja de ser suficiente, la música se va construyendo sobre armonías cargadas como un cable de alta tensión, rebosando de voltaje con el que crisparte los nervios. La marea te bambolea sobre la orilla, una y otra vez, hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, sin cesar, sin permitirte coger el aire necesario pero sin ahogarte lo suficiente como para matarte. La supernova se extiende desde tu interior, en un intensísimo dolor sordo; no sientes nada pero todo duele como mil dagas sobre tu piel. Ves como se apaga la luz en la oscuridad. Tu expresión ha tomado esa pincelada de locura, en la que sonríes con la mirada perdida en el infinito. Todas las mentiras se erigen sobre ti como falsas verdades, o quizá como auténticos fraudes. La realidad y la quimera se vuelven una sola dentro de ti, el ojo del huracán.
No hay forma de escapar. En el centro, toda la energía gira a tu alrededor hinchándote como si fueras un receptor de electricidad estática, acumulando sombras sin poder hacer nada. Porque un solo paso en falso, y los vientos asesinos te reclamarán como suyos, devorándote hasta que no quede nada. No hay salidas. Estás sola en medio de la tempestad. Sola con tu paranoia.
Ah, sí, tus demonios, oportuna referencia. Siguen creciendo con cada noche en vela, alimentándose de ti a través de las pesadillas, que ya no acaban cuando te despiertas. Todos se alejan, y los que no lo hacen son expulsados, porque todo es demasiado confuso; no lo entienden. No lo entienden y te tratan como si estuvieras loca, pero no es así. No estás loca. Es solo que el huracán no te deja pensar con claridad. Nada tiene sentido. Empiezas a perder la cuenta de las veces que lloras sangre, cada desgarro de tu alma deja de ser suficiente, la música se va construyendo sobre armonías cargadas como un cable de alta tensión, rebosando de voltaje con el que crisparte los nervios. La marea te bambolea sobre la orilla, una y otra vez, hacia delante y hacia atrás, una y otra vez, sin cesar, sin permitirte coger el aire necesario pero sin ahogarte lo suficiente como para matarte. La supernova se extiende desde tu interior, en un intensísimo dolor sordo; no sientes nada pero todo duele como mil dagas sobre tu piel. Ves como se apaga la luz en la oscuridad. Tu expresión ha tomado esa pincelada de locura, en la que sonríes con la mirada perdida en el infinito. Todas las mentiras se erigen sobre ti como falsas verdades, o quizá como auténticos fraudes. La realidad y la quimera se vuelven una sola dentro de ti, el ojo del huracán.
No hay forma de escapar. En el centro, toda la energía gira a tu alrededor hinchándote como si fueras un receptor de electricidad estática, acumulando sombras sin poder hacer nada. Porque un solo paso en falso, y los vientos asesinos te reclamarán como suyos, devorándote hasta que no quede nada. No hay salidas. Estás sola en medio de la tempestad. Sola con tu paranoia.
10.26.2014
Se supone
Se supone que nadie es dueño de ninguna vida más que de la suya propia. Se supone que nadie puede decidir por ti. Se supone. Pero no es verdad.
Se supone que deberías pensar que la vida es un regalo. Se supone que deberías ser feliz sólo por el hecho de estar vida. Se supone. Pero no es así.
Se supone que te han salvado la vida porque es por ellos que estás aquí. Se supone que deberías estar agradecida de ello, se supone que no debería ni pasársete por la imaginación hacer algo así, se supone que saben lo que te pasa pero no tienen ni idea, se supone que tienes todo lo que quieres, se supone que eres una egoísta, se supone que no ves lo valioso que es tu mundo, lo valiosa que eres tú. Se supone que no se puede odiar a alguien que amas.
Pero también se supone que cuando amas algo, lo dejas ir. Si le obligas a quedarse a tu lado, en contra de su voluntad, dejará de amarte. Y eso no es una suposición.
Se supone que deberías pensar que la vida es un regalo. Se supone que deberías ser feliz sólo por el hecho de estar vida. Se supone. Pero no es así.
Se supone que te han salvado la vida porque es por ellos que estás aquí. Se supone que deberías estar agradecida de ello, se supone que no debería ni pasársete por la imaginación hacer algo así, se supone que saben lo que te pasa pero no tienen ni idea, se supone que tienes todo lo que quieres, se supone que eres una egoísta, se supone que no ves lo valioso que es tu mundo, lo valiosa que eres tú. Se supone que no se puede odiar a alguien que amas.
Pero también se supone que cuando amas algo, lo dejas ir. Si le obligas a quedarse a tu lado, en contra de su voluntad, dejará de amarte. Y eso no es una suposición.
9.30.2014
La sombra
No has dejado de mirarla, pero, de repente, has ido dejando de verla. ¿Cómo ha podido pasar? Intentas aferrarte a ella, retenerla, hablarla, ayudarla, pero se te escapa de entre los dedos. Alargas la mano, alzas la voz, pero ella sigue desapareciendo.
Sus colores se vuelven más grises aunque que te ensañes con tu paleta; sus contornos se difuminan, por mucho que intentes repasarlos con tu rotulador. Hagas lo que hagas, digas lo que digas... no sirve para nada, más que para alegarla todavía más de ti, para hacerla desaparecer un poquito más rápido. No puedes sino guardar silencio y ser un impotente espectador en la crónica de un suicidio. La ira se acumula en tu interior a cada día que pasa, presa de esa maldita impotencia y ese miedo que te impiden hacer otra cosa que no sea retener las lágrimas; con ellas, sólo diluirías aún más sus colores. Harías lo que fuera, cualquier cosa por poder hacerla volver, con todos sus colores, con sus formas perfectas, sin una sola esquina borrosa o decolorada. Y sin embargo, no puedes. No hay asesinos en esta película, no hay villanos ni héroes; sólo existe la profunda crueldad de un pensamiento más poderoso que ella misma, y un odio mayor que el de los dioses cuando se empeñan en castigar a sus estúpidos y débiles mortales.
Puedes vivir sin su amistad, pero no quieres vivir sin ella. Lo intentas todo pero no puedes hacer nada; sus colores se siguen perdiendo en la bruma de un universo al que no podría importarle lo más mínimo. Alargas el brazo y cierras la mano en un puño, pero no se puede agarrar algo que ya no está. Como motas de polvo a la luz del sol, como polvo de hadas en un cuento para niños; cierras la mano en torno al vacío. Sigues quieta y callada, observándola desaparecer, hasta que sólo te queda su sombra.
Sus colores se vuelven más grises aunque que te ensañes con tu paleta; sus contornos se difuminan, por mucho que intentes repasarlos con tu rotulador. Hagas lo que hagas, digas lo que digas... no sirve para nada, más que para alegarla todavía más de ti, para hacerla desaparecer un poquito más rápido. No puedes sino guardar silencio y ser un impotente espectador en la crónica de un suicidio. La ira se acumula en tu interior a cada día que pasa, presa de esa maldita impotencia y ese miedo que te impiden hacer otra cosa que no sea retener las lágrimas; con ellas, sólo diluirías aún más sus colores. Harías lo que fuera, cualquier cosa por poder hacerla volver, con todos sus colores, con sus formas perfectas, sin una sola esquina borrosa o decolorada. Y sin embargo, no puedes. No hay asesinos en esta película, no hay villanos ni héroes; sólo existe la profunda crueldad de un pensamiento más poderoso que ella misma, y un odio mayor que el de los dioses cuando se empeñan en castigar a sus estúpidos y débiles mortales.
Puedes vivir sin su amistad, pero no quieres vivir sin ella. Lo intentas todo pero no puedes hacer nada; sus colores se siguen perdiendo en la bruma de un universo al que no podría importarle lo más mínimo. Alargas el brazo y cierras la mano en un puño, pero no se puede agarrar algo que ya no está. Como motas de polvo a la luz del sol, como polvo de hadas en un cuento para niños; cierras la mano en torno al vacío. Sigues quieta y callada, observándola desaparecer, hasta que sólo te queda su sombra.
9.17.2014
Cuando un hombre
Cuando un hombre se postra ante el sol,
no lo hace sino su sombra,
lo hace ante su nombre,
pues si un hombre sin sombra se arrodilla,
ya no hay sangre sino muerte.
Y cuando el hombre se levanta
ante la luna, es su reflejo
el que le canta, y le dice,
y le habla y le da vida
a su balada.
Cuando un hombre mata a otro hombre
sin rendir culto a la tierra,
agraviando con la suerte,
nadie sabe lo que siente
más que su alma yerma.
Quiera aquel que no ve el sol
sin estar ciego, cuyo cuerpo vuelve a tierra,
quiera aquel entonces tornar la vista
a lo que ya fuera.
Quiera el que no exsite
que un hombre no amanezca
en el ocaso, no aparte la vista
de la aurora, ni de la sangre o
de la sombra de otro hombre.
9.01.2014
Te lo crees
Cuando te repiten algo constantemente, acabas por creértelo. Por otro lado piensas que cuanto más te lo repitan, menos te importará, pero eso no es así. Cada vez que el patrón se repite, empiezas a pensar que la culpa es tuya. Cuando parece que el miedo por fin ha desaparecido, las pesadillas encuentran una forma de volver a llegar hasta ti. Y cuando se derrama la primera lágrima, ya nada puede contenerlas.
Te pregunta por qué estás callada, por qué no le miras; te pregunta por qué estás enfadada con él. Pero no lo estás. Giras la cabeza para otro lado porque no quieres que te vea llorar, no hablas porque las palabras no consiguen hacerse paso a través del nudo de tu garganta. Cuando te pasa la mano por la espalda y te acerca hacia sí, respiras hondo y consigues calmarte, pero justo cuando intentas verbalizar tu mayor miedo, las lágrimas vuelven a tus ojos y el nudo de la garganta se cierra sobre ti para cobrarse tu voz. Y así hasta que finalmente guardas silencio. Dejas que él te arruye, que te bese en la sien, que una avispa distraída llene tu mente con su zumbido por entre la hierba. Pero el dolor no se va. Nunca se va.
Se suponía que habías conseguido matar a tus fantasmas, y, sin embargo, por las noches, son ellos los que intentan matarte. Un solo recuerdo sirve para desencadenarlo todo, y la bola crece y crece hasta que los amaneceres vuelven a teñirse de lágrimas y sangre. Los recuerdos vuelven, regresa esa idea que consiguieron hacerte creer a base de repetirla. La culpa es tuya. No vales la pena. No lo mereces.
¿Qué significa el "lo"? Algunos lo saben. Otros se lo imaginan, pero están equivocados. Y tú... tú te lo crees.
Te pregunta por qué estás callada, por qué no le miras; te pregunta por qué estás enfadada con él. Pero no lo estás. Giras la cabeza para otro lado porque no quieres que te vea llorar, no hablas porque las palabras no consiguen hacerse paso a través del nudo de tu garganta. Cuando te pasa la mano por la espalda y te acerca hacia sí, respiras hondo y consigues calmarte, pero justo cuando intentas verbalizar tu mayor miedo, las lágrimas vuelven a tus ojos y el nudo de la garganta se cierra sobre ti para cobrarse tu voz. Y así hasta que finalmente guardas silencio. Dejas que él te arruye, que te bese en la sien, que una avispa distraída llene tu mente con su zumbido por entre la hierba. Pero el dolor no se va. Nunca se va.
Se suponía que habías conseguido matar a tus fantasmas, y, sin embargo, por las noches, son ellos los que intentan matarte. Un solo recuerdo sirve para desencadenarlo todo, y la bola crece y crece hasta que los amaneceres vuelven a teñirse de lágrimas y sangre. Los recuerdos vuelven, regresa esa idea que consiguieron hacerte creer a base de repetirla. La culpa es tuya. No vales la pena. No lo mereces.
¿Qué significa el "lo"? Algunos lo saben. Otros se lo imaginan, pero están equivocados. Y tú... tú te lo crees.
12.20.2013
Luces de Navidad
La fatiga de un largo día entre amigos se instala por fin en tu cuerpo, y con ella llega de la mano el agotamiento mental. La fuerza que creías que tenías ha agotado sus reservas, y te permites volver a estar triste; aunque la mona se vista de seda, mona se queda, que se dice. El nuevo año cada vez está más cerca, y con él se va acabando las 365 páginas del tomo anterior; no es momento todavía de hacer inventario y analizar lo que el año te ha quitado —que ha sido mucho, a pesar de que también ha traído cosas muy buenas—, sino simplemente de pararse a pensar: "otro año más...". Parece mentira cómo pasa el tiempo; quizá lo más sorprendente de todo sea darse cuenta de lo rápido que pasas... tú misma. Esbozas planes, sueñas proyectos, cuentas miedos y narras alegrías, y, de un día para otro, todos ellos han cambiado y te estás moviendo en aguas nuevas, dejando atrás tantas cosas... Con las vacaciones llega el cansancio, el... agotamiento. Es tal que aun estando rodeada de tus amigos sólo piensas en acurrucarte a dormir bajo tu edredón. Oyes la música, sientes el ritmo, te ríes con ellos... pero sin ti. Tu cabeza se vuelve un hervidero de pensamientos, de arrepentimientos, de sueños que sabes que no has cumplido, de esa dolorosa e intensa noción del paso del tiempo. Paseando por la Castellana, todas las luces de Navidad brillan por encima de tu cabeza, mientras las hojas caídas se amontonan a tus pies. Hay quien opina que sin nieve no parece Navidad; puede que tengan razón. O puede que lo que verdaderamente tenga que ver con la Navidad es... es... ¿qué es? ¿El amor? A cientos de kilómetros de distancia el amor se presenta tan frío como la nieve que los niños echan en falta.Por otro lado, puede que la Navidad signifique esperanza. No lo sabes. Puedes pensarlo mientras caminas bajo las luces.
11.03.2013
Dirección contraria
Cogí el tren equivocado,
marcho en otro sentido,
voy en dirección contraria
a mis sueños, a lo construido.
Me adentro en las tinieblas
con la fe a oscuras,
sin inspiración, a ciencia incierta,
sin nada más que mi sepultura.
¿Y para qué hablo sin decir,
si no quiero más que gritar?
¿Y para que la vida concebir,
si al final me va a olvidar?
Mis huesos ya son huecos,
no aguantan el son de mi alma,
melodía triste y cierto viejo,
despedida de ritmo y sin calma.
Rima fácil, verso libre,
alma en pena, chica triste
que sonríe aunque llora,
que no parará las olas.
La marea empuja, el agua lava,
pero no llega al centro,
pues mi sangre sigue sucia,
y mi dolor, bien adentro.
Marcho en dirección contraria
y no encuentro el cambio de sentido,
nací falta de razón arbitraria,
la vida no disfruto, no la vivo.
El tren
La inspiración me ha abandonado,
la venganza se murió de sed,
y en un mundo acostumbrado
el más cobarde es el rey.
Y los sueños se marchitan,
y los campos no florecen,
esperanza descosida,
mar de lágrimas sin peces.
Se murió mi alma
crucificada en soltería,
detente, bella orquesta,
tu himno ya no es de alegría.
Si las estrellas brillan
es por ti y tus colores,
porque aunque un día fueran mías,
hoy cambian por ti las estaciones.
Y este tren sin rumbo
perdió la maleta de mis ilusiones,
pare aquí, que yo me apeo,
me he dejado atrás mis emociones.
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