2.15.2013

El jardín perfumado

No sé cómo he llegado hasta aquí; estoy en medio de un campo oscuro y húmedo, la hierba salvaje me llega hasta las rodillas. Según aparto unos matorrales para poder seguir con mi camino hacia ninguna parte entro en un claro en el que hay un lago, puro y cristalino, aunque todo en este lugar se vea bajo un tono grisáceo debido a la poca luz y el cielo encapotado. Repentinamente se pone a llover, y no hago otra cosa que sentarme en la orilla, con los brazos apoyados en las rodillas, contemplando cómo la lluvia, una fina pero potente, dibuja ondas sobre el agua y desfigura sus reflejos.

De lejos, veo una rana salir de entre los juncos y saltar al agua; seguidamente, un conejo corre a resguardarse de la tromba que ya ha calado mi ropa. Un relámpago solitario ilumina el cielo fugazmente para luego devolverme a la penumbra del crepúsculo. Poco después, la lluvia comienza a remitir hasta que el único rastro que queda es el de la vegetación salpicando la hierba y mi pelo chorreante. Me levanto y decido volver a ponerme en movimiento; me gustaba el claro, pero me interno de nuevo en la maleza; los árboles van cerrándose sobre mí y empieza a costarme abrirme paso por entre los troncos caídos; el follaje es tan espeso que forma un tejado sobre mi cabeza, a decenas de metros sobre mí, y me protege de la lluvia que oigo vuelve a atacar el bosque. Las gotas que logran filtrarse son gordas y pesadas, y caen sobre mí con toda su fuerza.

Me paro ante una planta de grandes y verdes hojas, a observar cómo el agua corre por su faz y salpica el suelo a mis pies ininterrumpidamente. Cuando me canso, sigo mi camino. La lluvia sigue. Este es un lugar extraño, pero por alguna razón no me da miedo; no me siento especialmente cómoda, pero tampoco tengo la sensación de que la fronde sea un peligro para mí. Después de andar un buen trecho bajo el mismo panorama, encuentro algo nuevo; una bóveda natural de árboles jóvenes se presenta ante mí, y por algún motivo parece más iluminada que mi anterior trayecto. No dudo mucho en internarme en ella, admirando cómo las gotas compiten entre sí por llegar las primeras en su carrera sobre los tallos y brotes jóvenes. Al final de la bóveda salgo a una
cúpula, y ahora compruebo que debe ser artificial, porque hay un par de bancos de piedra colocados bajo el techo fotosintético. Ahora sí empiezo a tener miedo.

El sentimiento se apodera de mí con fuerza, y sin motivo aparente, salgo corriendo, desandando la bóveda y perdiéndome de nuevo en la espesura del bosque. La lluvia cae todavía con más fuerza, y logra colarse por entre las hojas más altas, dificultando mi vista a la carrera. Siento que algo me persigue, pero no logro verlo, así que combino huidas veloces con frenadas en seco para mirar escrutar mis espaldas mientras me escondo por entre los árboles de tronco más grueso.

He llegado de nuevo al claro, y ahora compruebo cómo de agresiva es la lluvia, así como extraña; tan pronto como me aguijonea la piel, se remite a una fina capa de agua pura y débil; el terror se ha instalado en mis entrañas, pero vuelvo a sentarme al pie del lago a contemplar la lluvia caer. Entonces me invade la rabia, y actuando por impulso me descalzo y comienzo a salpicar agua con los pies, dando patadas a enemigos invisibles. Cuando me abandonan las fuerzas, resignado al peso de mi ropa mojada, camino, ya calmado, hacia el centro del lago hasta que el agua me llega por las rodillas, y entonces cambio de dirección. Me mantengo así un rato, intercalando períodos de lluvia fina con el silencio que precede a la tormenta; entonces algo se cierne sobre mí y me ciega. Me empuja con violencia hacia lo que tengo identificado como el centro del lago, y siento cómo el agua empieza a subirme por el cuerpo, hasta que estoy completamente sumergido. El aire comienza a abandonar mis pulmones mientras la sangre me palpita en la cabeza y yo lucho por liberarme, pero mi atacante me tiene bien preso; noto cómo me hundo, todas mis células ardiendo en un desesperado grito de oxígeno, la agonía inundando mis pulmones vacíos, hasta que todo se vuelve negro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dedicar tu tiempo en dejarme un mensaje, querido transeúnte.
Atte:
-C.