2.02.2013

Reflexiones de magrugada

Siempre fuiste de las que se mantenían fiel al <<Nunca te arrepientas de algo que un día te hizo sonreír>>, pero nunca pensaste que la vida te iba a echar a la cara todo por lo que tuviste que pasar. Y, aunque te duela decirlo, sí, te arrepientes. Te arrepientes todos y cada uno de los días de tu vida. Hace tiempo que dejaste de pensar en ello, pero en tu interior sabes bien que es así.

A veces te preguntas cómo has llegado a cambiar esa filosofía que juraste -y quisiste- acatar; has llegado a la conclusión de que la vida no es sino una elección tras otra, que se van encadenando hasta llevarte hasta donde sea que te lleven. Y no puedes evitar pensar que, si no hubieras tomado esa primera decisión equivocada, el último año hubiera sido muy, muy diferente. ¿En qué sentido?, te preguntas también de vez en cuando; ¿dónde estarías si ese veintisiete de julio no hubieras hablado, si te hubieras mantenido callada? ¿Serías ahora más feliz? ¿Más desdichada? Desde luego sabes que no hubieras pasado por las lágrimas, las ganas de nada y la pérdida de luz interior, o al menos no de la misma forma. Tampoco hubieras pasado por las sonrisas, los besos y los abrazos, sin embargo. Ahí es cuando entra en juego la balanza, supones. ¿Cómo de feliz te sentiste cada vez que sonreías por él? Más imposible. Pero, ¿cuántas veces quisiste morirte cuando todo se acabó? Demasiadas.

Te has dado cuenta de que lo que hay que valorar a la hora de decidir qué conclusión sacar de toda una experiencia como esa, es saber qué sentimientos tienen prioridad sobre ti. Las sonrisas valen mucho, pero nadie debería haberte hecho sentir como lo hizo Él, y sin embargo lo hizo; te mintió, te manipuló y no fue capaz de ver por encima de su propio interés personal por ti. Prefirió salvarse a sí mismo antes que a ti, aunque eso significara dejarte marchar. Eres perfectamente consciente de que eres una persona complicada y con problemas, y no le culpas por no ser capaz de controlar ciertas situaciones, pero aún así le diste todo lo que pudiste, y él decidió dejarlo caer mientras tú observabas impotente.

Podrías haber cometido muchos otros errores aún si no hubieras tomado La Elección (no es hora de pensar un nombre más elaborado), o podías haber sido perfectamente feliz y haber salido de tu pequeño hoyo sola, en vez de cavar hacia el fondo del subsuelo. Eso nunca lo sabrás. Pero la balanza cae por sí sola, aún sin rastro de rencor u odio. Tardaste en darte cuenta, pero ahora sabes que no hay nada más importante que tu propia vida.

Y por eso, no puedes sino, tristemente, arrepentirte.

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