-¿Qué haces aquí? -consigo preguntar, con voz ronca.
-Te oí llorar desde mi cuarto -murmura, algo avergonzado; probablemente se arrepiente de haberme despertado-. ¿Estabas teniendo una pesadilla?
Me siento en la cama y le hago un hueco para que se siente, cosa que tarda varios segundos en meditar antes de acceder; se toma especial cuidado en no tocarme, o al menos eso me parece a mí.
-En realidad no -contesto-. Era un sueño, uno precioso.
Aunque no puedo verlo, siento cómo frunce el ceño cuando me dirige una mirada confusa a través del flequillo. Intento ignorar el temblor de mis manos y le aparto el pelo de la cara.
-¿Entonces... por qué lloras?
-Lloro porque ese sueño nunca se cumplirá -contesto con voz vacía.
Puedo notar lo nervioso que está, lo mucho que le cuesta estar aquí conmigo, tan cerca y a la vez tan lejos, lo difícil que le resulta esta situación. Como siempre. Entre tartamudeos, me pregunta si quiero contárselo; no debería, pero ya sea por la influencia de la noche o porque no tengo muchas más cosas que perder, decido hacerlo.
-En el sueño, me besabas.
Su expresión cambia al instante. Se pone muy serio y puedo notar cómo la energía abandona su cuerpo, aunque mantiene los hombros firmes. Retira la mirada y baja la cabeza; yo me quedo en silencio, no hay mucho que decir. Al cabo de un eterno minuto, vuelve a mirarme, y aunque no veo gran cosa, los ojos le brillan con lágrimas que lucha por tragarse. Alarga el brazo hacia mi cara, y cuando mi corazón se dispara con una esperanza agridulce, posa su mano sobre mi mejilla y me limpia las lágrimas de los ojos con un pulgar.
Cuando se pone de pie y sale de mi cuarto, lo último que dice es:
-Lo siento.
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