Te revuelves un poco y tus sueños se van convirtiendo en bruma; te estiras y ronroneas/gruñes hasta que sabes dónde estás. Frunces el ceño y arrugas la nariz, porque aunque probablemente no sea pronto, sigues cansada y te duele la cabeza. Entonces te preguntas qué hora será; no ha sonado la alarma, así que es antes de eso, seguro. Pero tampoco sabes cuánto antes.
Arrastrándote hasta el borde de la cama, alargas la mano y coges el móvil. Es más pronto de lo que pensabas, teniendo en cuenta que ayer te acostaste tarde. No importa. Entras en Twitter y das los buenos días, pones algunas chorradas mientras te desperezas y vas recuperando la conciencia. Al cabo de un rato, te levantas, vas al baño a refrescarte y te preparas algo de desayunar. Ahora ya vuelves a ser persona.
Haces un análisis de tu estado de ánimo, y te sorprende a ti misma el resultado: estás feliz. Te extraña, y evalúas la situación; ah, claro, que él ha salido de tu vida. Así, con una sonrisa triunfal, das los buenos días al mundo y empiezas tu día. Sea lo que sea que te vaya a traer, es tuyo, y vas a moldearlo como te de la gana.
Te has parado frente a la ventana; la miras unos segundos y no te lo piensas más; la abres, coges aire y gritas:
¡Buenos dias, mundo!
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