Te despiertas y coges el móvil, entrando directamente en su perfil. Te ha dado los buenos días, y sonríes como una tonta.
A lo largo del día vas leyendo sus mensajes, y aunque por fuera pareces normal, por dentro eres un auténtico hervidero de amor. <<Vamos, vamos, vamos>>. Por fin llegas a casa y puedes encender el ordenador; al instante, la llamada entrante de Skype aparece, aceptas, y empezáis a hablar. Pero no habláis, en realidad; la mayor parte del tiempo os quedáis mirándoos el uno al otro a través de la pantalla, susurrando palabras románticas, riendo, llorando; todo juntos.
Llega ese milagroso día en que quedáis, y podéis veros, después de mucho tiempo. Hora y media antes de verle, tu estómago ya da vueltas y te tiemblan las manos. ¡Qué ilusión! Llega la hora. Sales a la calle, lo buscas con la mirada, y lo ves. Puedes ir corriendo hacia él, pero prefieres hacerte la tonta, pretender que no lo has visto; y así, con el rabillo del ojo ves su sonrisa cuando te encuentra, y el corazón te da un vuelco. Se acerca a ti con aire distraído y te dice "Hola", con ese tono tan característico suyo que te hace reír. Y te abraza. Oh, Dios mío, qué abrazo. Te quieres quedar ahí para siempre; no obstante, sabes que hay muchas cosas más para hacer, así que le das la mano y os dirigís juntos hacia el infinito.
Entonces te despiertas. Aquí está tu verdadero infinito.
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-C.