-Blanca y Elisa le dieron la fantástica fiesta que habían propuesto planear; fue casi todo nuestro curso, y aunque yo estaba presente físicamente, se puede decir que no aparecí por la fiesta en toda la tarde. Paloma apenas me había dirigido la palabra desde que la llevé al garaje de mi tío, desde que la di un pedazo de mi música, de mi alma, de mí. Y, por fin, llegó el día H.
>>Fuimos al aeropuerto, Blanca, Elisa y yo. Paloma lloraba, y al cabo de unos minutos, las chicas también se unieron. "Tú eres un hombre y no lloras, ¿eh, hijo?", dijo su padre mientras me daba una palmada en la espalda. Me reí sin ganas y me encogí de hombros, con una enorme sonrisa fingida. Cuando llamaron su vuelo, uno por uno nos fuimos despidiendo de Paloma; habíamos acordado que cada uno le daría un regalo especial, "personal", y así fue. Blanca le regaló una pulsera hecha a mano, muy típico suyo; Elisa, un álbum de fotos firmado por todos (nos costó convencerla de que nos dejara hacerlo). Yo, por mi parte, y a falta de ninguna otra ocurrencia, perfeccioné la canción, la pasé a papel, la grabé y se la metí en un disco.
>>Con las manos temblorosas, tomó el CD y se lanzó a mis brazos. Me dio un abrazo tan fuerte que me dejó sin respiración, y yo se lo devolví como pude; hacía días que me sentía sin fuerzas, para ser sincero. Anunciaron la última llamada de su vuelo, y supimos que ése era el final. Después de tantas horas, días y meses juntos... Se acababa. Los tres nos quedamos de pie, mirando las pantallas hasta que su vuelo despegó. Mascullamos algunas palabras para autoconsolarnos, y un poco más tarde, cada uno se fue a casa por su cuenta.
>>Ahora que el momento había llegado, ahora que ella se había ido, lloré. Tirado en la cama, apoyado contra la pared y lleno de rabia, eché todas las lágrimas que había dentro de mí, todas aquellas que había acumulado desde el día que se me cayó el mundo. "Nada va a estar bien, nada va a estar bien...", me repetía constantemente, una y otra vez. Necesitaba saber por qué, simplemente,
por qué teníamos que decir adiós. Nada me haría olvidarla, y sabía que la vida iba a ser dolorosa desde ese momento; le prometí a ella mentalmente que nunca la olvidaría, aunque tuviera que seguir adelante sin ella...
Ha ido reduciendo el tono de voz hasta que sus últimas palabras no han sido más que un susurro; puede que me haya contagiado parte de su pesar, pero sé que la losa que siento sobre mis hombros no tiene nada que ver. Desde hacía varios días me lo estaba temiendo, pero no sabía hasta que punto llegaba la cosa. Antes que mi novio, Marcos es mi mejor amigo, y como tal, tengo que ser fuerte y dejarle ir, rezando para que no me aleje por completo de su vida. Me armo de valor, tomo aire y digo:
-¿Tú estabas... estás enamorado de ella?
Se yergue y me mira a los ojos, con una expresión que me destroza por dentro; me toma la mano con dulzura y me sigue mirando, perforándome con esos ojos azules.
-Cris...