Cuando me desperté el día que faltó a clase, di un profundo suspiro, intenté recobrar la compostura y llegar hasta la puerta; cada paso era un mundo, la fiebre me tenía en otra dimensión. Debería haber ido a su casa inmediatamente, pero mamá no me dejó, y yo muy estúpido de mí decidí no darle importancia. Volví a llamarla por teléfono, y volví a encontrarme con el contestador. Tiré el móvil contra una esquina de la habitación y enterré la cabeza entre las manos. <<Ojalá pudiera salvarla>>, me dije.
Ojalá pudiera encontrar una manera de ayudarla, de arrancarle todos los problemas que la minaban y maltrataban y hacerlos añicos; pero no importaba lo que hiciera, no podía ayudarla. Cada vez que oía su voz, las palabras se convertían cada vez más en susurros; cuando la encontré era solo piel y huesos, no había carne, no había alma, no había vida. Ojalá pudiera haber encontrado la respuesta a tiempo. Y ojalá no la hubiera encontrado yo ahí tirada, con el bote de pastillas vacío.
Tendría que haberla dicho a tiempo que, si se tropezaba o caía, yo estaría ahí para recogerla; si perdía la esperanza en sí misma yo le daría las fuerzas para continuar; tendría que haberme dicho que no iba a rendirse, porque yo habría estado allí para salvarla. Pero no estuve. Si hubiera encontrado la respuesta... Había tantas cosas que quería y tendría que haberle dicho, tantas cosas que tendría que haber vivido... Aún si hubiera sido para siempre, habría estado ahí para ella. Ojalá me hubiera dado el tiempo para llegar.
Debería haber encontrado la respuesta, porque eso me habría enseñado cómo salvarla la vida.
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