Medio camino medio troto por las calles que un día fueron mi hogar, y no reconozco a nadie. Algunas casas han prendido fuego y calor de las llamas me quema las retinas. No puedo creerme lo que veo. Un día esta fue mi casa. Y yo nunca di las gracias por ello, pensé que tendría la oportunidad de hacerlo más adelante, pero ya veo que no. ¿Qué pensarían de mí ahora? Tan afortunado, tan fuerte, tan orgulloso. Espero que, estén donde estén, les acompañen los ángeles.
<<Escuchadme, amigos míos, donde sea que estéis>>, susurro al viento caliente, a la vez que le suplico que estén sanos y a salvo, salvaguardados por ángeles quizá, o con los pies bien aferrados al mundo. Espero que todos hayan conseguido salir. Veo a gente desesperada corriendo por calles desesperadas. Todos se marchan. Algunos me gritan que de media vuelta y les siga, pero sé muy bien a qué he venido, y no me largaré hasta que lo tenga entre mis manos. Hasta que la tenga entre mis manos.
He llamado antes a papá y mamá y me han dicho que consiguieron salir de la ciudad a tiempo, hacia las islas, donde estarán seguros. Esta vez no he perdido el tiempo y les he preguntado por ella. No han sabido responderme, no saben absolutamente nada de ella desde hace meses. Así que estoy recorriendo las calles de nuestro antiguo barrio en busca de ayuda, pistas, o lo que sea que se me entregue. Veo salir humo al final de la calle, y llamas lamiendo el cielo nocturno. Es su casa.
Corro lo más rápido que puedo hasta que llego a su altura; los vecinos se precipitan fuera, armados con las pocas pertenencias que han podido reunir, llorando, gritando, pidiendo ayuda. Entonces, del brazo de una anciana casi inmóvil, con la cara llena de ceniza y hollín, ayudando a sacar a los más dependientes, la veo.
Está viva.
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