Mamá me obliga a dar un baño a Lucy antes de sacarla a pasear, así que acabo con el pijama empapado en agua y champú para perros y un dolor de cabeza exorbitante. No me molesto en ponerme las lentillas, y salgo a la calle con mis viejas gafas de culo de vaso. Mi pelo ha adquirido una forma un tanto peculiar (y nada atractiva) por sí solo, y me prometo arreglarlo luego, pero ahora simplemente quiero que se me pase este horrible dolor de cabeza, así que ato la correa de Lucy y salimos a la calle. Hace un día bastante bueno, ni demasiado caluroso ni demasiado frío, y la naturaleza puede conmigo; suelto la correa del perro y me dejo caer en un banco de la acera. Me pongo a divagar mirando en línea recta sin enfocar nada realmente; no sé cuánto tiempo pasa, pero de repente, él ilumina mi campo de visión.
Se dirige hacia mí con una sonrisa que podría iluminar la ciudad entera, con su andar tan casual y estiloso y las manos en los bolsillos de esos vaqueros gastados que tanto le gustan.
-Hey, ¿cómo vas?; toma asiento al lado mío y estira los brazos a lo largo del respaldo del banco, provocándome un escalofrío. Yo por mi parte, quiero que me trague la tierra antes de que me vea con estas gafas; por alguna extraña razón, no sólo no hace ningún comentario, sino que parece no darse cuenta. ¿Tan invisible soy? Empezamos a hablar, menos que ayer puesto que los dos estamos agotados, pero somos capaces de acabar riéndonos. Hay un momento en el que un mechón de pelo rubio me cae sobre la cara, tapándome la visión de un ojo; entonces él se incorpora en su asiento y me lo retira con cuidado, colocándolo de vuelta en su sitio. Me quedo paralizada varios segundos antes de poder reaccionar.
Pero obviamente esto no es un cuento de hadas, así que alguien me pincha la burbuja. Un descapotable rojo con la música demasiado alta interrumpe en la carretera y se para justo en frente nuestro. En él, luciendo un despampanante modelo veraniego, va su novia, que me dirige una mirada maliciosa a través de unas gafas de sol que sé de sobra que no podría permitirme. Al parecer se han perdonado, porque él esboza una gran sonrisa (aunque me da la sensación de que la fuerza un poco) y se monta en el coche de un salto, sin abrir la puerta. Ella le planta un beso apasionado (y algo acaparador) y me vuelve a dirigir otra mirada fulminante. Yo bajo la vista al suelo y veo cómo se alejan por la esquina, corriendo a demasiada velocidad. Él ni siquiera vuelve la vista para decirme adiós.
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