Esta entrada es cortesía de mi buen amigo Víctor A, el cual ya escribió "El doble sentido de la vida".
No aguantas más el aburrimiento en tu casa. Es tarde, pero es verano y aún te quedan un par de horas de sol que aprovechar, así que coges tu iPod y sales a la calle. Echas a correr por la primera calle que ves, dejándote llevar por tu instinto. No tienes ni idea de qué ruta seguir, si escoger el camino habitual o probar uno nuevo que te lleve más lejos, pero tu alma lo tiene bien claro: quieres disfrutar de esta libertad el máximo tiempo posible. Después de pasar por ese lugar especial que es indispensable para ti y que has transformado en el inicio de todas tus rutas, empiezas a correr de verdad, y entonces te conviertes en un pájaro.
La música te inunda por completo, empujándote hacia delante. De vez en cuando no puedes reprimir dar unos baquetazos al aire, cantar un estribillo o dejarte llevar y esprintar unos metros con los brazos extendidos. Si la gente te mira como si estuvieses loco, no te das cuenta o no les haces caso, porque tú eres libre, atravesando la ciudad como si fuera tuya. De hecho, incluso te hace regalos. Los semáforos se abren continuamente a tu paso como un regalo, y nunca te detienes. A veces, una brisa te da en la cara, refrescándote. De vez en cuando un escalofrío recorre tu espalda, y no sabes si es por el sudor enfriado por el viento o por el subidón que te provoca la música. En realidad, sólo estáis la música y tú.
Otras veces que saliste a correr te ponías un objetivo y tu reto era resistir hasta cumplir el objetivo. Pero esta vez no. Esta vez corres como te lo pide el alma, y tu cuerpo obedece sin rechistar. Corres deprisa, haces sprints sin preocuparte por ahorrar fuerzas, dándolo todo y recibiendo chutes de adrenalina musical cuando tus pulmones no pueden más. Así, la música transforma tu agotamiento en energía y no te sorprende que, a pesar de que en el camino de vuelta las bajadas se transforman en subidas, de que te ves obligado dar rodeos porque los semáforos ya no te favorecen y de que los gemelos se te contraen y te pinchan, llegues a casa y el iPod te marque una hora y media y quince kilómetros de carrera.
Porque, por una hora y media, fuiste totalmente libre.
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