No quiero que este momento se acabe nunca, donde el todo no es nada sin ella. Soy capaz de esperar una eternidad para volver a verla sonreír, porque es muy cierto: no soy nada sin ella. Rasgo la manga de mi camisa y la uso para limpiarla la cara, con delicadeza, mientras la hablo muy despacio.
<<Sé que, a lo largo de todo este tiempo, he cometido errores; me he tropezado y me he caído, pero créeme que estas palabras las digo en serio: Quiero que sepas que aunque pudiera tenerlo todo no quiero dejarte, lo eres todo para mí; me voy a agarrar a este momento aunque sea lo último que haga, porque quiero demostrarte que no pienso dejarte ir otra vez>>.
En otras condiciones probablemente me habría dado la espalda, chillado, pegado, o ignorado. Pero hoy, no; no aquí. Ya le he abierto mi mente y mi corazón, y sabe que digo la verdad. Sé lo que perdí y no pienso volver a dejarlo marchar, cueste lo que cueste. Porque sé que no soy nadie sin ella. Los vecinos (totalmente ajenos a nuestro emotivo encuentro), gritan alarmados, y tenemos el tiempo justo de apartarnos rodando y evitar que un pedazo de hormigón se precipite sobre nosotros, aplastándonos.
El mundo se deshace sobre nuestros ojos, sin ni siquiera saber con qué nos vamos a encontrar. Vuelvo a la realidad cuando el pavimento me quema el brazo, sobrecalentado por las llamas, y me doy cuenta de todo lo que está pasando. La gente huye aterrorizada, los niños lloran sin parar y ella... Ella está paralizada de miedo. Podría largarme sin que se diera cuenta.
Sin embargo, no he venido hasta aquí para abandonarla ahora, así que la cargo en mis brazos y salgo caminando del gentío y del pánico. No voy a dejarla marchar. Nunca más.
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