6.20.2012

Trotamundos (IV)

Me sigue hasta la parte de atrás del bar; me ahorro de mostrarle el camino a mi casa, es mejor que no sepa donde vivo, de momento. Parece que nadie se ha dado cuenta de que nos hemos salido. Bien.

Titubeo, y miro a todos lados, intentando mostrar calma pero dejando ver nerviosismo. Él me mira muy fijamente, pero también puedo notar que está nervioso. Espero a que él empiece a hablar, pero no lo hace, así que nos pasamos varios minutos en silencio, el uno frente al otro. Me obligo a no mirarle a la cara. Sólo puedo pensar una cosa: <<Esto no me puede estar pasando a mí...>>. 

-Bueno... ¿vas a decir algo?
-Yo no tengo nada que decir, tú eres el que quería hablar -respondo evasivo, cortante, aunque doy gracias al cielo de que por fin haya roto el hielo. Cuando antes acabemos mejor.
-¿No piensas explicarme qué demonios haces aquí? ¿Ni por qué te fuiste? ¡Me tienes dando explicaciones a todo el mundo!
Eso desata mi ira.
-¡Sabes perfectamente por qué me largué, y yo no te he pedido que des ningún tipo de explicación a nadie!
-¡Claro, pero me las piden! -ya estamos gritando. Como siempre-. Ademas, no sé porque te largaste de esa manera, no soy adivino. 
<<Pues por ti>>, pienso. No lo digo. No pienso decirlo. 

Nos decimos tantas cosas sin sentido que al final hacemos un pacto silencioso para cerrar la boca. Cada uno se marcha por su lado, yo enjugándome una lágrima y el mascullando por lo bajo. Esto no me puede estar pasando a mí. Subo a casa de muy mal humor y sin saber qué pensar, hacer o sentir. Aún estoy intentando encontrarle algún sentido a esto. ¿Es algún tipo de broma de mal gusto del destino? Porque si es así, no tiene ninguna gracia. Me paso varias horas destrozando el saco de boxeo (ni yo me lo podía creer cuando un vecino me lo ofreció, en vez de tirarlo, como pensaba hacer), y cuando cae la noche, estoy tan molido que no puedo moverme. Los músculos me arden, y la piel también, así que me doy una ducha fría y me tumbo en el sofá. Alguien llama a la puerta.

Me encuentro a Alex en la puerta con una fuente de pastel de carne. Parece arrepentido. Aún así no me explico la fuente.
-Esto... mi tía quiere que te traiga esto, nos ha oído discutir y... bueno, ella piensa que debo disculparme.
Le miro a los ojos. Ese azul zafiro siempre me deja sin respiración.
-¿Tú quieres disculparte? -inquiero mientras tomo la fuente.
-Bueno, eh... sí, a ver, no, yo... Creo que deberíamos comportarnos como adultos y olvidar nuestras diferencias. ¿Podemos empezar de cero?
Me lo pienso varios segundos. Al final le tiendo la mano.
-¿Amigos?
Me estrecha la mano con una sonrisa.
-Amigos.

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