Creo que nunca le he visto jugar tan bien como ahora; parece un tópico, pero realmente está causando sensación; coge todos los rebotes, encuentra todas las salidas, encesta todos los tiros. El público está eufórico; conseguimos igualar el marcador, y sólo quedan dos minutos de juego. Nuestro equipo coge la pelota, y se lanzan como balas hacia la canasta. Los otros están totalmente encima suyo, no les dan ningún tipo de opción. El juego está parado. Los segundos disminuyen. Entonces el número nueve consigue desmarcarse y todo sucede muy rápido; los contrarios se vuelven a poner en marcha y el balón acaba en manos de Will. Quedan cinco segundos. Tira. Encesta.
Se desata el caos. Todos gritan de alegría, eufóricos, enloquecidos. En un abrir y cerrar de ojos está rodeado de gente y le suben a hombros. El también grita, lanzando los puños al aire y desatando su éxtasis. Es el rey del colegio. Una leyenda, un Dios. Y yo estoy locamente enamorada de él.
La celebración no dura demasiado, pues la verdadera fiesta empezará en una hora, en el baile de fin de curso. Todos corren a casa a cambiarse para llegar a tiempo. Yo me tomo mi tiempo, puesto que no iré al baile. No tengo pareja ni ganas de hacer el ridículo. Llego a casa, me quito el disfraz de soldado de plomo y me pongo una camiseta extra grande y unos pantalones cortos. No se me ocurre otra cosa que hacer, así que saco el libro de biología y empiezo a estudiar. Noto movimiento en la ventana, y me encuentro a Will ataviado con un esmoquin negro. Esta guapísimo. Se agacha para escribir una nota y me enseña el papel. <<¿Vas a ir?>> Sacudo con la cabeza y levanto el libro de biología para hacerme entender. Él agacha un poco los hombros y vuelve a escribir <<Ojalá fueras>>. Retiro la vista y él se marcha. Despejo la cama de papeles y encuentro uno que escribí en una de nuestras conversaciones; <<Te quiero>>.
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