5.25.2012

Cada vez (V)

El sol está bajando, pero la temperatura se volvió insoportable hace un rato, así que me quito la camiseta; entonces, veo una mancha de pintura en mi hombro; llevo dos días pintando la casa, y no debí ver esa mancha ayer en la ducha. Me paso el dedo, casi a la altura de la clavícula, y el tacto de la pintura reseca me provoca un escalofrío, a pesar de la temperatura. El recuerdo de aquella noche siempre me provoca escalofríos.

Fue cuando aún estábamos juntos, y muy bien, de hecho; era toda una cabra loca e insistió en que saliésemos esa noche. Yo me mostré un poco reacio porque no conocía al resto de sus amigos demasiado bien y porque teníamos un examen al día siguiente, pero al final logró convencerme. De tal manera, cogimos mi coche y me fue indicando por la carretera, cada vez más a las afueras, durante tres cuartos de hora, hasta que me indicó que tomase una salida de tierra y paramos.

La gente fue llegando poco a poco, mientras yo observaba la luz del día desaparecer. Llegamos a ser unos treinta, cuando empezaron a repartir las cosas. Yo no entendía nada, pero ella insistió en que fuese paciente y siguiese las instrucciones, así que lo hice. Al cabo de quince minutos todos estuvimos armados con brochas, trapos recortados o esponjas, y colocados a lo largo de quince metros en varias filas, al lado de varios barriles metálicos. Cuando comprobaron que todos estábamos listos (supongo que éso era lo que supervisaban, yo seguía sin enterarme de nada), dieron una orden para que abriesen los tanques y gritaron: ¡¡Que comience la guerra!!

Entonces reinó el caos. Pude ver que los contenedores estaban llenos de algún tipo de líquido denso muy brillante, prácticamente fosforescente, justo antes de que todos se pusieran a gritar y a lanzarse pintura. Ella me atacó la primera, salpicándome con un brochazo de tinte azul. Tardé varios segundos en quedar completamente empapado y fosforescente hasta que pude reaccionar; era una guerra de pintura. Hundí mi esponja y brocha en el tanque de mi derecha, de pintura verde, y salpiqué con toda mi fuerza. Di a tres personas. Todos contraatacaron, pero para entonces yo ya estaba riendo a carcajadas y gritando con ellos.

La guerra duró una hora entera. Cuando los supervisores dieron el alto nadie intentó seguir; estábamos todos agotados. Y completamente cubiertos de pintura de todos los colores. Entonces me di cuenta de por qué era fosforescente: estábamos brillando. Parecíamos luciérnagas multicolores en medio del campo nocturno, cubiertos de gotas verdes, naranjas, rojas, amarillas, azules... Fue el día más divertido de mi vida; ella estaba radiante (no sólo por la pintura), y estuvimos corriendo a toda velocidad colina abajo, embobados con el brillo fosforescente.

Brillábamos en la oscuridad. Ahora sé que ése era el mensaje que siempre quiso transmitirme: pase lo que pase, siempre brillaríamos; niños, mujeres, hombres... Todos.

Me limpio la pintura de la clavícula frotando con un poco de saliva y saco un trapo de la mochila. Está viejo, muy manchado, pero lo agarro como si fuera un tesoro; es de color verde, naranja, rojo, amarillo, azul... Y cuando se haga de noche, brillará.


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