5.06.2012

Melancolía

Vas vagando de un lado a otro, por tu casa, por el colegio, por la calle..., sin rumbo fijo. Simplemente te mantienes en movimiento, procurando mantener el máximo numero de células ocupadas, y que sólo sea un mínimo el que quiere quedarse en un rincón hasta el fin de los días. Cuando te tienes que quedar quieta todo te duele; un millón de células concentradas en recordarte el dolor por el que has pasado, en que lo has tenido todo y ahora no tienes nada.

Apoyas la cabeza contra la pared y cierras los ojos, intentando que duela menos. No es un dolor físico, sin embargo, por lo que no se irá fácilmente. Tienes que volver a abrir los ojos y mirar al techo, porque si los cierras te viene la imagen de sus labios, del hueco que quedaba en su cuello cuando te abrazaba, su sonrisa cuando hacías alguna broma tonta.

Te pasas la noche abriendo y cerrando los ojos, lo justo para revivir esos recuerdos que tan feliz te hicieron pero no lo suficiente como para que te hagan daño de nuevo. Al final, te acabas levantando y dando vueltas de nuevo, por la casa a oscuras. No tienes problema en chocarte con nada, porque al igual que a Él, te conoces cada rincón, cada esquina, cada pasillo.

Cuando la energía se va de tu cuerpo, y la fatiga ataca tu cabeza, vuelves a una esquina de la cama. Sola. Lo que más extrañas es la compañía tan dulce que te daba, todas las risas, los cumplidos, los juegos...

Ahora sólo te acompaña la melancolía.

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