5.02.2012

Urbanita

Te despiertas de un brinco por el sonido de un claxon de la calle; qué rabia te da levantarte así, te da dolor de cabeza. Estrechando los ojos hasta que son una fina línea llena de arrugas, abres la ventana dejando que el viento te arrope y miras hacia el mundo que se abre ante ti. Te preguntas si llegará el día en el que esa capa de contaminación desaparecerá del horizonte, aunque no lo crees. El claxon que te ha despertado vuelve a sonar y te metes para dentro.

Tu ciudad está llena de gente, de tráfico, de contaminación, y aun así, no te gustaría vivir en ningún otro lado. Ya no sólo por haberte criado aquí, sino porque tu ciudad tiene algo mágico. ¿Y es que en qué otro lugar del mundo puedes vivir la vida a tu manera? Si llueve, nadie va a impedirte que camines bajo la lluvia para ocultar tus lágrimas. Si hace sol, no encontrarás a nadie que te interrumpa mientras dejas que te acoja con su luz, mirando al cielo. En tu ciudad hay un ritmo de vida que no encuentras en ninguna otra. Cierto es que desearías tener playa, o menos contaminación, y más cierto todavía es que tiene mil y un defectos. Pero, inexplicablemente, por cada defecto tú sabes encontrarle dos virtudes.

No dejas de descubrir lugares nuevos; cada vez que vas a un sitio, ves gente diferente; el aire toma un olor increíble cada vez que llueve, las luces nocturnas lo iluminan todo con calidez... Pero estás convencida de que lo que más te gusta de tu ciudad es que no te conoce nadie. No saben quién eres, y no van a juzgarte; si no es porque resultas insignificante es porque llevan demasiada prisa, pero no te molestan.

Estás orgullosa de ser una urbanita.


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