5.02.2012

Único habitante del planeta

Estás empezando a ver borroso, los músculos comienzan a agarrotársete y ves tu tarea interrumpida por los bostezos cada vez más constantemente. Echas un vistazo a la hora. Las dos y media. 

Aunque mañana no tienes colegio, sabes que deberías irte a la cama y recuperar la energía perdida, descansar. Sin embargo, vas a la cocina a por un vaso de agua refrescante y vuelves a tu sitio, a continuar escribiendo. Piensas en leer un rato, o en ir a ver la tele, o a escuchar música, o simplemente en tumbarte y mirar al techo; pero como estás a gusto escribiendo, decides dejarlo para otro día. Sabes que te sentirás igual de bien.

Y es que a pesar del cansancio y de la fatiga, no se te ocurre un momento del día en el que estés mejor; la ciudad se ha ido apagando, los estresados se van a la cama con sus preocupaciones, los enamorados con sus sueños, los niños con sus maravillas, pero tú te quedas a contemplar cómo lo hacen desde tu asiento. Una vez todo se ha quedado mudo, te relajas, quitas la música y disfrutas de la magia. 

Durante el resto del día te ves obligada a comportarte; salir a la calle, hablar, contestar, escuchar, interactuar... En fin, que tienes que ser humana. Eso no te gusta. Prefieres sin duda el silencio que te ofrece la noche; su paz, la magia de saber que no van a molestarte, la seguridad de que puedes ser tú misma, de que eres dueña del mundo.

Durante la noche, y aunque sólo sea por un par de horas, te sientes como el único habitante del planeta.


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