6.01.2012

Cada vez (X)

El tono del teléfono me despierta de un sueño intranquilo. Miro la hora a través de un intenso dolor de cabeza; son casi las dos de la tarde. Decido ignorar la llamada y dejar que salte el contestador (una costumbre que ella me inculcó); es mamá, como siempre a estas horas. Me dice que me levante ya y que por favor devuelva la llamada; como siempre a estas horas. <<Cariño, ya ha pasado un mes, por favor, tienes que continuar>>. Miro la fecha en el móvil; es cierto. No sé cómo, ya ha pasado un mes.

No ha sido fácil, ni mucho menos. Supongo que mi subconsciente se ha preocupado de hacerme respirar, comer y dormir, porque lo único que mi conciencia recuerda es una bruma que me provoca más dolor de cabeza. Por mucho que me cueste (y que me extrañe), hoy me siento algo más despierto y consciente. Meto la cabeza debajo del grifo unos minutos y me imagino lo que ella me diría si me viera ahora. Así que (al no poder darme una patada en el culo a mí mismo) me pongo un chándal, cojo mi reproductor de música y salgo de casa. Dejo que el reproductor elija las canciones al azar, y empiezo a correr. Empiezo con un trote ligero para calentar el cuerpo (hace más de un año que no corro), y unas canciones más tarde, cuando suenan los primeros acordes de otra, con los recuerdos, empiezo a esprintar.

Las risas histéricas se oían aisladas, pero bastante frecuentemente. Nosotros dos soltamos unas cuantas carcajadas nerviosas para intentar relajarnos. ¿Cómo podría haberme arrastrado hasta allí? Nos íbamos a matar. Las últimas semanas ella bromeó que la enfermedad era su castigo por haber vivido tan bien; por lo positivo, espero que así fuera, porque significaría que vivió una vida de ensueño.

Me obligó a mirar por el acantilado varias veces, <<para hacerte a la idea>>, dijo. No hacía más que reírse de mí, parecía que estaba teniendo un ataque de epilepsia de tanto temblar. En un momento quise echarme atrás (por supuesto, puse la típica excusa de que el arnés no estaba bien atado), y ella me apartó del resto del grupo varios metros. <<Eh, mírame. Vamos a hacer esto por el amor, ¿vale? Es nuestro momento, hoy no hay reglas>>. Intenté concentrarme en su respiración, y en la presencia de su mano apretando la mía. Era nuestro momento, sí.

<<¡Saltad!>>, gritó el monitor, empujándonos hacia el vacío. Mi primera reacción fue gritar de terror, pero cuando ella me dijo que abriera los ojos con tanta emoción, grité de sorpresa. Estábamos volando sobre el monte, las pequeñas casas aisladas pareciendo manchas, el viento azotándonos la cara, las luces de la ciudad brillando para nosotros. Cada vez que la miraba a los ojos sentía un escalofrío más fuerte que el que me daba el parapente. No pude evitar besarla, ahí, a cincuenta metros del suelo.

En ese momento el mundo fue nuestro, éramos los dioses del universo; así lo fue mucho tiempo. Ahora me he quedado solo. Soy un rey sin corona que lucir, sin reino que gobernar. Pero la adrenalina que corre por mis venas impulsando mis músculos no me deja pensar ahora.


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