6.17.2012

Sonrisas Inesperadas (VI)

Ha desaparecido, por completo. Sus compañeros se están volviendo locos, y el entrenador ya está llamando al jugador suplente para que se prepare. La gente se mira desconcertada, y yo no lo aguanto más. Me da igual que se dé cuenta de que estoy perdidamente enamorada de él, o que quede en ridículo delante de todo el colegio; tengo que ir a buscarle.

Dejo mi instrumento en el banco de la grada y salgo corriendo hacia los vestuarios. Por supuesto, nadie se fija en mí, así que tengo ventaja. Me paro un segundo frente al vestuario masculino, dubitativa. ¿Puedo entrar aquí? Sacudo la cabeza y atravieso la puerta, aunque sé que no estará dentro. Sus compañeros lo habrían encontrado. Me basta con hacer un barrido circular para comprobar que el vestuario está completamente vacío. Dudo un par de minutos antes de salir corriendo hacia el lugar donde sé que lo encontraré.

Es irónico, pienso, cómo yo soy la que le conoce, la que le hace reír cuando va a llorar, la que le entiende, la que le quiere de verdad, y aún así no se da cuenta de nada. ¿Será por aquello de que el amor es ciego que no puede verme?

Saliendo del terreno escolar y adentrándome al bosque (que debo decir da bastante miedo a estas horas), empiezo a contar árboles. Uno, dos, tres... Cuando por fin doy con el árbol número trece me paro y espero a que mis ojos se acostumbren a la oscuridad, antes de mirar arriba. Vaya, qué silencioso está esto, a lo mejor me he equivocado y no está aquí, como pensaba. Entonces oigo un hipo y miro arriba. Will está encaramado a la rama más gruesa del árbol, a unos tres metros del suelo, con las manos entre la cara. Se me cae el alma a los pies; no hay nada más triste que ver llorar a alguien tan genial como él.

-Eh -musito, lo suficientemente alto para que me oiga y no se asuste. Deja descubierto su rostro y no se molesta en secarse las lágrimas. Empiezo a trepar el árbol, rezando para que mis patosos y enclenques pies no me jueguen una mala pasada; cuando he alcanzado una altura considerable, él ofrece su mano para ayudarme, y consigo acabar sentada a su lado.
-El decimotercer árbol, ¿eh? Como en los viejos tiempos.
Espero que se acuerde de las tardes que pasábamos aquí de pequeños y no esté quedando como una idiota. Dibuja una sonrisa triste y asiente. Se acuerda.

Me quedo callada, mirando mis pies mientras cuelgan. Tal y como esperaba, él habla primero. Me cuenta lo que yo ya he visto y me dice que teme decepcionarnos a todos, que no podrá ganar el partido, que todos le echarán la culpa; su mundo se está desmoronando por completo. Cuando guarda silencio, hablo yo.
-No sé si esto servirá de mucho, pero ¿sabes una cosa? Yo confío en ti. Eres el mejor jugador de la escuela, tú nos has traído hasta aquí y tú eres el que va a salir, con un trofeo en la mano. Yo sé que puedes.


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