6.01.2012

Cada Vez (XII)

De alguna manera, he vuelto a vivir; es una vida más bien vacía, nada me llena del todo, pero soy consciente de lo que hago, lo que digo; estoy aquí. Llevo dos meses enviando mi currículo a varias empresas, y empezaré a trabajar en dos semanas; no voy a tener un sueldo muy alto, pero está bien para empezar, y se supone que voy a hacer lo que me gusta.

Intento desperezarme de la cama, y puedo oír a mi cerebro diciendo <<Abre los ojos>>. Abre los ojos... Abre los ojos, por favor... Ya he vuelto al pasado, y ahora la frase la digo yo.

No sé por qué lo hice, sabía que no había vuelta atrás. Había perdido tanto peso los últimos días que en el hospital querían sedarla directamente, pero ella (haciendo un gran esfuerzo para comunicarse), se negó. Así que aguantamos siete largos e interminables días entre tubos y sábanas blancas, ella con dolor físico, yo con dolor de alma. Hubo veces en que se me saltaron las lágrimas, y el hecho de que ella hiciera un esfuerzo para levantar la mano y llevarla a mi mejilla, acariciándola suavemente, no conseguía precisamente que me calmara.

Aprendimos a comunicarnos por signos, ya que a ella la costaba mucho hablar. Por eso me sorprendió cuando, un día a eso de las cinco de la madrugada, me despertó. Tenía los ojos muy abiertos, decían que sabía perfectamente dónde estaba; se humedeció los labios repetidas veces y tuvo que hacer varios intentos hasta que le salió la voz, pero al final reunió suficiente aire como para decir <<Te quiero>>.

<<Yo también te quiero, mi amor>>. Entonces cerró los ojos. Me di cuenta de lo incómoda que era esa habitación; me dolían los huesos, tengo la piel fría, me sentía viejo y cansado. <<Abre los ojos, por favor>>, susurré, mientras una lágrima me caía por la mejilla. Necesitaba que me mirase una última vez, por lo menos; <<Abre los ojos, vamos, ábrelos>>. Tenía que abrirlos, levantarse y salir de allí, entre esas paredes no comprendían su espíritu; necesitaba que tomase mi mano y cerrara los dedos sobre los míos, como solía hacerlo. Tenía que abrir los ojos.

Estuve una hora suplicando entre lágrimas, <<Abre los ojos, por favor>>, pero no recibía respuesta. Entonces ocurrió un último milagro. Puede que me lo imaginara, o puede que no, pero de sus labios salió una última palabra. <<Gracias>>. <<Abre los ojos, cariño, ábrelos y mírame>>. Sin embargo, sabía que estaba hablando a la nada.

Ella se había ido.


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