6.01.2012

Cada vez (XI)

La temperatura ya ha descendido, y ha llegado esa época del año que tanto le gustaba a ella, cuando se puede ir con una sudadera fina sin preocuparse del calor, cuando <<la temperatura es simplemente perfecta>>. He dejado de preguntarme cómo está pasando el tiempo, simplemente dejo que me arrastre a su ritmo mientras yo evoluciono al mío propio. Ya casi estoy bien. Pero sé "casi" es un término muy extenso.

He recuperado mi costumbre de ir a todas partes escuchando música; me ayuda a desconectar de una manera sana, sin dolor ni recuerdos dolorosos. La música sólo me da cosas buenas. Hace tiempo que no compongo, pero eso no me importa demasiado; ya volveré a hacerlo, y de todas formas, no he dejado de tocar. Subo a casa por las escaleras, sintiendo el olor a viejo en las paredes. Cuando entro en el recibidor, alguien me está esperando, apoyado en el marco de mi puerta. Es mi hermano.

<<¿Qué haces aquí?>>, pregunto, quizá un poco más ariscamente de lo que pretendía. <<Estamos preocupados por ti, hace meses que no das señales de vida. Tienes que superarlo ya>>. Me gusta esa forma en la que habla, destacando en exceso algunas palabras para darles énfasis. Se da cuenta de que lo ignoro y me da un bofetón. Le grito, y él me sigue. Me ordena callar y le dejo terminar, está furioso y a la vez desesperado. Dice que sabe que lo estoy pasando mal, lo que ella significaba para mí, pero que, por mucho que cueste, tengo que volver a ser yo. Dice que están hartos de no oír nada al otro lado del teléfono, de no recibir visitas, de verme vagar por el barrio como un fantasma (al parecer llevan espiándome varios meses ya). Dice que sabe lo que duele, y entonces le echo de casa a patadas. Sólo digo una cosa <<¡Sal! ¡Largo!>>, todo el rato. Él no sabe lo que duele.

Repentinamente todo parece más frío, desagradable. Sé que tiene razón, tengo que volver. Pero no puedo; no soy capaz de sacar mi corazón de este bucle, creo que me estoy moviendo pero en realidad ando en círculos; sé que tenemos miedo, pero he acabado convirtiéndome en aquello que juré que nunca me convertiría: un fantasma. Es lo que soy; me paro y observo sin ver nada, porque sé que lo que busco no es ver algo justo, sino a ella. Quiero volver a verla, pero también sé que no es posible. Tengo que salir de aquí. Necesito escapar, ir a un sitio donde las pesadillas no puedan alcanzarme, donde su recuerdo sea algo dulce. Tengo que moverme, volver a ponerme en marcha. Pienso en lo que diría ella, y lanzo un grito de rabia. Me debe estar odiando, esté donde esté. Ahora lo veo todo. Cada vez que me paro, y observo, lo veo todo.


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