6.06.2012

Sonrisas y lágrimas

Ya llevas aquí más de una hora, y quedan muchos por entrar antes que tú. Te mantienes tranquila, los nervios bajo control, la mente no muy puesta en el asunto, toqueteando de vez en cuando algún que otro pasaje. Si te cansas, o tienes que ceder el sitio, sales al pasillo y hablas un poco con los demás. Todos estáis muy tensos.

Van entrando y saliendo estudiantes, los primeros preocupados, nerviosos, concentrados, los otros con un peso menos encima. Pero hay muchas versiones. Unos salen con amplias sonrisas, orgullosos, otros, resoplando por un pasaje que se les ha liado, y, algunos, salen llorando. Te preguntas en qué grupo estarás tú, aunque puedes predecirlo, ya que no crees que la suerte esté tan de tu parte. Piensas que el resultado de los que vayan antes que tú podrá influir al jurado a la hora de oírte, pero sabes que, a fin de cuentas, lo que cuenta es tú propia interpretación. Está en tus propias manos, y nunca mejor dicho.

Van pasando los minutos hasta que llega la segunda hora de espera; el pasillo se ha ido vaciando, la gente marchando, la tensión diluyendo. Pero tú sigues ahí, esperando tu turno, tamborileando un ritmo de batería contra la mesa, intentando conservar la calma; los nervios aún no han podido contigo, pero por dentro estás llena de incertidumbre. <<Puedes hacerlo, puedes hacerlo, puedes hacerlo, puedes hacerlo...>> Te repites eso una y otra vez durante varios minutos, hasta que una amiga se sienta a tu lado y habláis para calmar los ánimos. Entonces llaman tu nombre, y entras.

Te sientas sin mirar al jurado, quieres hacerte a la idea de que no están allí, que estás tú sola frente al piano, pero los oyes, los sientes, los percibes. Respiras hondo y pones las manos en posición. Comienzas a tocar y desconectas de todo a tu alrededor; te preocupas por acertar cada forte y cada piano, no dar notas erróneas, seguir el ritmo... Entonces te interrumpen, y te piden que sigas con la siguiente obra. Te han sacado de la burbuja de concentración y te das cuenta de todo lo que pasa; son casi las diez, están cansados, enfurruñados, hartos. Quieren irse a casa y tú eres la que se lo impide, quieren acabar cuanto antes y te van a quitar del medio. Vuelves a colocar las manos y procedes.

Intentas volver a encerrarte con el piano, sólo las teclas y tú, nada más que la música y tus manos, pero ya no puedes. Les oyes bufar y empiezas a fallar notas, sientes cómo se remueven en sus asientos, deseosos de salir corriendo e irse a casa; eres una de las últimas por escuchar después de una larga, larga lista de gente mucho mejor que tú. <<No valgo para esto>>, dice una voz en tu cabeza. ¿Pero qué estoy haciendo? ¡Concéntrate! ¡Ya escribirás luego, deja de pensar en el examen de alemán! ¡Concéntrate! Es imposible. Fallas más y más notas, tu respiración se vuelve irregular y te tiemblan las manos. Cuando, de nuevo, te cortan, coges tu bolso y sales corriendo de ese pedazo de infierno.

Tenías en tus manos una de las obras más bellas que se ha escrito nunca para piano, y la has destrozado. Te avergüenzas de llamarte pianista, y te encierras en el baño con la música a todo volumen. Los profesores han visto arte y deshonra. El pasillo ha visto sonrisas y lágrimas.


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