6.22.2012

Trotamundos (VII)

El sol se va haciendo más pesado según desciende la latitud. He conseguido que me recojan tres conductores en cuatro días, y con el dinero que he ahorrado este tiempo, seré capaz de cruzar el charco. Supongo que todos estarán preguntándose dónde me he metido. Y Alex estará, de nuevo, dando explicaciones para razones que desconoce.

No espero que no me odie. No espero que me perdone, ni que me busque, ni que me eche de menos. Sólo espero que lo comprenda. Con todo, sé que no podrá hacerlo. Yo no podría.

Los pies me arden con cada pisada, y decido hacer autoestop por segunda vez en el día; ayer caminé de sol a sol y estoy exhausto. Cada paso que me alejo de él me provoca dolor y a la vez alivio. He estado enamorado de Alex mucho tiempo. Pero ya no. Me hace feliz, es increíble, comprensivo, humilde... Pero no es lo que quiero. Es frustrante no poder explicar cuál es el problema cuando sabes que hay un problema. Por alguna razón, la magia entre nosotros se ha extinguido.

Un Fiat azul marino se detiene en el arcén a mi altura; me acerco hasta la ventanilla del copiloto e intento poner cara de pena (no tengo que esforzarme mucho, la verdad). Al otro lado del volante se encuentra un chico más o menos de mi edad, con gafas de sol y una camisa ajustada.
-Dime, ¿a dónde puedo llevarte? -sonríe, desprendiendo seguridad en sí mismo.
Guardo mi petate en el maletero y me siento a su lado; me informa de que también se dirige hacia América, y se ofrece a llevarme tan lejos como pueda, hasta que nuestros caminos se separen. Propongo pagar la mitad de la gasolina (tanto trayecto como me permitan mis escasos ahorros), pero él dice que no importa, que le ha cogido la tarjeta de crédito a su padre.

-Me he fugado, ¿sabes? Estaba cansado de que todos me juzgasen.
Cada minuto que pasamos juntos me encuentro más cómodo; es simple, directo, brusco. Tiene un estilo digno de admirar. Para evitar estropearlo, evito comentar mi situación personal, sólo por si acaso. Él tampoco menciona nada al respecto.

El sol se está poniendo, así que nos desviamos hacia un pequeño motel de carretera para pasar la noche. Se quita las gafas de sol y sale del coche, y me doy cuenta de que aún no sé de qué color son sus ojos. Me reúno con él y caminamos hacia la puerta. Se para, sujeta la puerta y me invita a pasar primero, con un gesto de brazo. Clava su mirada en mí y siento un escalofrío al absorber la luz de sus ojos verde esmeralda. Sonríe.

Algo dentro de mí muere en ese instante.

Y algo nuevo se despierta.


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