Fue un día parecido a este, muy caluroso. Habíamos planeado ir de escalada, pero se había desatado una terrible tormenta y la excursión quedó cancelada. Ella se sintió especialmente decepcionada, pero no hizo muchos comentarios al respecto; acabamos en mi casa, viendo la tele y haciendo el vago en general. En una pausa, se levantó, musitando que se iba al baño y desapareció de la habitación. Esperé diez minutos antes de ir a buscarla, y deseé haberlo hecho antes. La encontré sentada en el suelo echa una pelota, con los ojos llenos de lágrimas y sollozando silenciosamente.
Me agaché junto a ella y la tomé entre mis brazos, preguntándola qué ocurría. Tardó mucho en hablar (incluso después de dejar de llorar), y cuando se decidió a hacerlo, se puso de pie y se miró al espejo. <<Nada va conforme al plan>>. <<¿Qué plan?>>, le pregunté tiernamente. <<Mi plan>>, contestó, enjugándose una lágrima que resbalaba por su nariz. Entre hipos me explicó que tenía toda su vida planeada desde que era pequeña; todas las cosas que quería hacer, cómo las quería hacer, cuándo, con quién... Y que ahora todo estaba saliendo diferente, y eso la asustaba.
Por toda respuesta, cogí mi guitarra y me puse a tocar unos acordes, susurrando palabras únicamente para ella. No importaba si los planes se cancelaban, si nada salía como se suponía que tenía que hacerlo; ella siempre sería la banda sonora de mi verano, la única mariposa diferente del campo, el trueno que resonaría los días de tormenta. Ya podría llover todo lo que la naturaleza quisiera, no importaba cuán gris estuviera el cielo; yo me dedicaría a escuchar los truenos de mi corazón, siempre que ella estuviera a mi lado.
Pero ya no está. Llueve pero no hay truenos. Ya no oigo su voz. Y sin embargo, cada vez que las cañerías portan agua, yo me acuerdo de ella.