Por la calle volviendo a casa, ves a un pobre pidiendo dinero. Te llevas la mano al bolsillo; sólo llevas dos o tres euros, y deberías conservarlos hasta fin de mes, puesto que es lo único que te queda de la paga. Te vuelves a llevar la mano al bolsillo. Sacas un euro y se lo das.
Al fin llegas a casa y al entrar en la cocina ves que tu madre te ha comprado magdalenas para merendar. Le das gracias a la suerte (y a tu madre), y te comes una, satisfecha. Pero no todo es siempre así; no siempre eres buena persona. Lo sabes. Te equivocaste una vez y por querer tenerlo todo ahora no te queda nada. Has hecho daño a personas que no se lo merecen, aún con todo lo que ha pasado. Cuando intentas arreglarlo y alejarte de todo, aparecen más personas, con más ideas, más sentimientos. Y vuelves a hacerles daño; no hace falta que repitas la acción que te llevó al primer desastre, pero digas lo que digas, acaban sufriendo.
Insistes en que prefieres quedarte sola porque cuanto menos contacto establezcas con el mundo exterior, menos daño harás a los demás; y es que no hay día que no hagas llorar a alguien, o acabes llorando tú. No sabes si llamarlo conciencia, depresión, destino o... Te acuerdas del pobre al que diste dinero esta tarde.
Y decides llamarlo Karma.
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