A golpes si hace falta

No te lo puedes creer. Esto ya ha llegado demasiado lejos. Coges el teléfono y le llamas.

Le gritas todo lo habido y por haber, pero, por una vez, no le insultas; le dices la verdad, que como vuelva a hacer alguna estupidez irás a la puerta de su casa y le darás un bofetón. ¿Por qué, si ya no tenéis nada? Pues por una razón muy sencilla. Hay muchos actos de egoísmo y de cobardía, pero ninguno tan grave como el del suicidio. Si abandonas el barco, dejas al resto de la tripulación sola, a luchar con la tormenta. ¿Es eso justo? Que los padres que te han criado, los amigos que te han ayudado, los desconocidos que te han visto... No es justo que les dejes solos a ellos con el cruel destino.

Puede que nunca aprendas a hacer las cosas bien, que nunca llegues a solucionar el problema, pero lo que es seguro es que nunca lo sabrás si abandonas el barco. ¿Quieres algo? Ve por ello. Si lo consigues o no da absolutamente igual, te has esforzado, has aprendido, has vivido la experiencia. Pregúntate que es lo que hay mañana y sabes que la respuesta es el desconocimiento temporal. Ahora pregúntate lo que habrá mañana si tú no estás. Ahora la respuesta es simple desconocimiento. Porque no podrá haber un mañana en el que tú no estés al pie del cañón, vadeando la tormenta o disfrutando de la brisa marina.

¿Por qué todas estas palabras? Porque puede que ya no haya nada, y que nunca más lo vaya a haber, pero algo está claro, y es que nunca dejará de importarte aquel chico que te hizo feliz tanto tiempo, al margen de que luego te destrozara el corazón. No hay nada permanente, excepto ciertas soluciones, que no deberían ser opciones. Y esperas que eso le haya quedado muy claro, porque vas a metérselo en la cabeza.

A golpes si hace falta.