5.05.2012

Paso a paso

Ya estás despierta y, por suerte, esta noche no has tenido pesadillas. Para variar, llegas tarde a clase de piano, así que no te puedes parar a pensar en nada, porque sales corriendo. Seguidamente tienes tenis, así que tampoco tienes tiempo de pensar en nada; sólo puedes concentrarte en la bola, y en coordinar todo tu cuerpo para mandarla por encima de la red justo a la esquina derecha.

Finalmente llegas a casa y por fin tienes tiempo para pensar. Veamos, ¿cómo te sientes? Ni muy bien ni muy mal, crees. Aún te duelen los ojos de haber derramado tantas lágrimas, y por supuesto la herida sigue ahí; no obstante, parece que la energía está volviendo a tu cuerpo a pesar de toda la fatiga, y poco a poco la herida se está convirtiendo en una cicatriz sonrosada, cerrándose a cada minuto. No puedes sacarte esa nueva canción de la cabeza, y aunque no tenga letra, no dejas de tararearla; parece que eso te tranquiliza. No sabes por qué, pero esa melodía te llega muy hondo, y consigue darte paz interior. Tampoco puedes sacarte las dudas, sin embargo, y las tienes muy presentes a tu lado, todo el tiempo.

Te encuentras en una bifurcación del camino, pero mirando fijamente a la de la derecha, ves que hace una curva que te devolvería atrás. Miras el camino de la izquierda; está indefinido, cubierto por una fina capa de niebla, así que no sabes lo que te va a traer. Dudas, pues tienes miedo de que esté lleno de piedras y árboles caídos, pero sabes que si escoges el de la derecha, no irás a ningún lado.

Levantas la cabeza bien alto, y te encaminas hacia la niebla. Sin pausa, pero sin prisa. Paso a paso.


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