Sabes que lo está pasando mal, sabes que sufre. Sabes que carga con su propia culpa, pero sabes que no es justo.
Te has criado basándote en un modelo de intentar hacer el bien, ayudar a las personas y perdonarlas. No sabes qué ha pasado para dar la espalda a todas estas enseñanzas. Casi lo habías conseguido, el ser buena persona. Ahora tu alma se ha vuelto negra, llena de odio y sed de venganza. No obstante, aún queda un retazo de bondad en ella, supones que por haber trabajado tanto en ella, y al igual que tu nivel de felicidad, varía en tamaño.
Es domingo y antes de entrar en misa, tu madre te dice que vayas a confesarte, así que buscas un confesionario libre y te pones de rodillas. <<Ave María Purísima>>; <<Sin pecado concebida>>. Comienzas a relatar tus pecados con reparo, sin entrar en demasiado detalle; el Padre te insiste en que el Señor te lo va a perdonar todo, que no importa lo que hayas hecho si te arrepientes. Pero tu sabes que es mentira; sí importa lo que hayas hecho, porque, aunque Dios te de su perdón, eso no va a borrar tus marcas, ¿no?
Sabes que no es verdad. El perdón de alguien que te importa, aunque no lo cambie nada, lo es todo. Y a veces con eso basta para arreglar un alma en pena. Piensas en todo lo que has pasado estas últimas semanas, y con un largo suspiro, susurras.
<<Te perdono>>.
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